Nada consuela tanto como buscar un cabeza de turco al que achacar los problemas individuales y colectivos, o sea, todo lo malo que nos pasa. Funciona tanto a nivel personal como en la política. En ese sentido, Eric Hoffer (El fanático sincero) afirmaba que «un movimiento de masas puede surgir y extenderse sin creer en un Dios, pero nunca sin creer en un demonio». Eso explica, en cierto modo, el relativo éxito de los nacionalismos que han adoptado un discurso maniqueo y «conspiparanoico». Al marcar un chivo expiatorio, como señala Martín Alonso, su narrativa entronca con el «pensamiento primario» del ser humano: la predisposición a imputar a otros «la responsabilidad de los acontecimientos desagradables» y la «tendencia a la hipersimplificación, que se expresa en su preferencia por explicaciones monocausales». Pero tampoco nos engañemos, en España no solo los patriotas periféricos utilizan tal recurso. Baste escuchar la burda retórica dicotómica de los portavoces del PP o del PSOE.
A nivel simbólico y emocional señalar un cabeza de turco resulta mucho más rentable que asumir la propia responsabilidad y hacer autocrítica. Cuando nos va mal, casi nunca nos cuestionamos nuestras propias acciones. Ya saben, la paja en el ojo ajeno y la viga en el nuestro. A la hora de aliviar frustraciones, es mucho más sencillo echarle la culpa a infieles, judíos, herejes, brujas, extranjeros, maketos, sacerdotes, rojos, «españoles», traidores o (últimamente) funcionarios y políticos en general; sin olvidarnos, claro está, de padres, exparejas, jefes, profesores, compañeros de trabajo, amigos o a quien vive en el piso de al lado. Eso pensaba yo, solazándome en mi misantropía, mientras asistía a una tumultuosa reunión de la comunidad de vecinos. Entonces he recordado cierta escena de La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999) en la que el profesor le dice al niño: “¿Es usted capaz de guardar un secreto? Pues, en secreto, ese infierno del más allá no existe. El odio, la crueldad: eso es el infierno. A veces el infierno somos nosotros mismos». Ojalá fuera escritor para poder sintetizar estas ideas en tan pocas y tan dolorosamente hermosas palabras.
El infierno somos nosotros
2 marzo, 2013 · 12:14