ETA buena, ETA mala

Al igual que parte de las fuerzas políticas de izquierda, cierto sector de la historiografía progresista y de las asociaciones vinculadas a la “Memoria Histórica” tienden a demonizar la historia de la derecha hasta nuestros días, así como a idealizar el movimiento obrero en la II República o al bando republicano durante la Guerra civil. De esta manera, como escribía Juliá (“Por la autonomía de la historia”, Claves de Razón Práctica, nº 207, p. 13), se cae en “la simple beatificación acrítica del pasado, interpretado según las estrategias políticas del presente”.

No es la única etapa blanqueada por un sector de la izquierda. También se tiene una visión distorsionada sobre los partidos, organizaciones y sindicatos que lucharon contra el franquismo, ETA incluida. Así, en ocasiones se ha pretendido presentar a toda la oposición a la dictadura como adalid de la democracia parlamentaria y la libertad. Baste ver la película Salvador (Puig Antich) (Manuel Huerga, 2007), en la que se hace pasar a este militante del MIL (Movimiento Ibérico de Liberación) por un demócrata convencido. Pero no lo era.

Si uno echa un vistazo a los proyectos del grueso de los colectivos antifranquistas operativos, queda meridianamente claro que, lejos de simpatizar con la democracia (entendiendo como tal un sistema representativo pluripartidista de corte liberal), que denostaban por “burguesa”, pretendían instaurar uno u otro tipo de régimen autoritario en Euskadi o España. O una utopía ácrata. Habitualmente quien luchaba contra Franco no lo hacía para instaurar el pluralismo. Por no hablar, ciertamente, de los medios violentos que algunas de estas fuerzas empleaban (o esperaban emplear en un futuro). Se puede asesinar al pensado como enemigo por la patria o la revolución, ya que ambos elementos conllevan una narrativa romántica, estimulante y atractica, sobre todo para la juventud en un contexto autoritario y represivo. Pero ¿quién mataría en nombre de la democracia?

En ese sentido, coincido con Manuel Montero (Historia general del País Vasco. San Sebastián: Txertoa, 2008, p. 499) en que “para toda la oposición antifranquista, nacionalista o no, la democracia tenía una función instrumental. (…) el advenimiento de la democracia constituía una reivindicación más, que se concebía como el medio de llegar a la libertad del pueblo vasco o a la sociedad socialista. Nunca un fin en sí mismo”. Este autor, por supuesto, se refiere a la oposición realmente existente, lo que en el contexto vasco y navarro significaba el Partido Comunista, la extrema izquierda y ETA. Habría que matizar en el caso de la oposición virtual o pasiva de republicanos, PSOE, PSP, PNV, ANV y demás grupos cuyo horizonte final sí que se limitaba a una democracia parlamentaria más o menos homologable con las de Europa occidental. Pero estos no recuperaron cierta presencia hasta los años setenta, con el declive del régimen, que, por descontado, no tenía absolutamente nada de demócrata, por mucho que se hablara de «democracia orgánica».

En el País Vasco sigue siendo común idealizar la historia de ETA durante la dictadura franquista, ocultando que, como reza el dicho, de esos polvos vinieron los lodos que hemos soportado hasta hace muy poco. Muchos exactivistas de la organización, como el propio Mario Onaindia (“Distinción entre democracia y fascismo”, El Periódico de Catalunya, 25-I-2001), han defendido que hubo una “ETA buena” (precisamente en la que ellos militaron o a la que apoyaron) y una “ETA mala” (precisamente aquella en la que ellos ya no militaban o a la que ya no apoyaban). A mi juicio, se trata de un error, de un peligroso error: hay una cadena lógica, coherente y ascendente del asesinato de guardia civil José Antonio Pardines al atentado de Hipercor. Conviene dejarlo claro. Ninguna de las sucesivas ETA luchó por la libertad y, como se dejaba muy claro en los Zutik, la organización era antifranquista tan solo accidentalmente. El régimen que hubiese en España, al menos sobre el papel, daba igual, era algo accesorio.
No soy el primero que lo señalo. Tal autojustificación consoladora ya había sido denunciada por autores como Juan Aranzadi, Florencio Domínguez, Jon Juaristi y Patxo Unzueta. Pero conviene recalcarlo ahora que ETA militar, después de tanto tiempo, parece a punto de echar la persiana. Como sociedad democrática y con historia, no podemos permitirnos la ficción de que hubo una “ETA buena” y una “mala”. Quizá esa versión sea más consoladora, pero es falsa.

PD. Para matizar:
No creo que ser antifranquista fuera en absoluto sinónimo de ser demócrata ni por fuera ni por dentro. La oposición realmente existente (PCE, extrema izquierda y ETA) tenía un funcionamiento muy vertical y jerárquico (centralismo democrático) y no soñaba con instaurar una democracia parlamentaria. Las «democracias populares» que pretendía emular tenían tan poco de democracia como la «democracia orgánica» de Franco. Entiendo que en un contexto represivo y autoritario, sin tradición de pluripartidismo y con la onda del 68 para los más jóvenes era mucho más atractivo el discurso revolucionario y la utopía, en cualquiera de sus múltiples variantes. También es posible que una parte de sus militantes fueran simplemente antifranquistas y que se metiesen en dichos partidos porque no había otros a mano. Al menos eso pasó con el PCE, en el cual había mucha gente que no era comunista, pero que se metió en esta formación porque era la única que hacía algo, que era lo que entonces importaba. Seguramente algo similar podría decirse de ETA.
De cualquier manera, no es mi intención equiparar al franquismo, que era una dictadura autoritaria que utilizó la violencia estructural como uno de los pilares en los que se asentaba, con la extrema izquierda, que solo utilizó la violencia esporadicamente, que veía en la «democracia burguesa» una incómoda pero necesaria etapa transitoria y cuyo programa de máximos incluía normalmente otro tipo de dictadura, objetivo final que, por suerte, nunca llegó a conseguir. O sea, hay diferencias sustanciales y de ahí se deriva una responsabilidad moral también muy diferente. Ahora bien, si la extrema izquierda hubiera puesto en práctica su programa de máximos, esto hubiese acabado como Albania, China o a saber qué. Creo que fue Teo Uriarte el que contaba que en el funeral de Mario Onaindia un excompañero, llorando ante el féretro, dijo algo así: «Menos mal que no ganamos. Si no, nos hubieramos acabado matando entre nosotros». Me temo que tenía razón.
Por otro lado, tampoco está de más recordar que la derecha estaba comodamente instalada en la dictadura. Su conversión a la democracia, quitando casos puntuales, fue más bien tardía, por decirlo suavamente. Bastantes franquistas, por supuesto, no se convirtieron nunca.

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Una respuesta a “ETA buena, ETA mala

  1. Nada más recordar que sólo la excelencia, y NUNCA las urnas, legitima los gobiernos.
    En ese sentido a la extrema izquierda española y europea le encanta justificar con urnas y elecciones sus labores de ingeniería social y otras fechorías igualmente onerosas y liberticidas.

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