Raúl López Romo y un servidor comenzábamos nuestro libro Sangre, votos, manifestaciones como sigue:
Aunque había nacido en Astillero (Cantabria), Carlos García Fernández pasó la mayor parte de sus 55 años de vida en Eibar (Gipuzkoa), donde regentaba un estanco. Este inmigrante había pertenecido al Movimiento Nacional y no escondía sus ideas ultraderechistas, razón por la que durante la década de los 70 recibió numerosas amenazas de ETA, Euskadi Ta Askatasuna (Euskadi y Libertad). Le incendiaron el coche en dos ocasiones y en otra intentaron quemarle la tienda. Su nombre aparecía en las listas negras de supuestos txibatos (colaboradores de la Policía) elaboradas por los simpatizantes de la banda. El martes 7 de octubre de 1980 se encontraba en el estanco cuando dos terroristas lo asesinaron delante de su esposa y otra mujer. El comunicado que ETAm (ETA militar) envió para justificar el atentado decía así:
«A pesar de las amenazas y acciones intimidatorias, Carlos García no ha sabido aprovechar la oportunidad que se le brindaba de abandonar Euskadi Sur y nos hemos visto en la obligación de ejecutarlo. Sirve pues este nuevo aviso en la persona de Carlos García, para que todos aquellos elementos fascistas y colaboracionistas del Estado opresor español en Euskadi Sur se avengan a desistir de su genocida labor y abandonen -ahora que están aún a tiempo- el territorio Vasco».
Lo más trágico del suceso es que Carlos García Fernández, tras años de aguantar la persecución de los violentos, sí había decidido «aprovechar la oportunidad» de irse de Eibar. La familia iba a trasladarse a la localidad de Arnedo (La Rioja) el 8 de octubre, justo un día después de que ETAm se viera «en la obligación de ejecutarlo». Cuando sus verdugos dieron con él, García Fernández estaba en el que había sido su negocio, pero no trabajando, sino explicando los pormenores del mismo a la señora a la que se lo había traspasado.
La historia no acabó en ese momento, sino que tuvo un largo epílogo en forma de las secuelas psicológicas que sufrieron sus familiares, agravadas por el tenso ambiente político que se respiraba en Eibar. Cuando la hija de la víctima salió a la calle éstas fueron las primeras condolencias que recibió por parte de una antigua vecina:
-Mira, lo siento por tu madre y por ti…
-Gracias.
– …pero por tu padre no.
Tal y como me indica mi colega José Antonio Pérez, el autor del crimen acaba de confesar. Se trata de Kepa Pikabea, uno de los presos etarras acogido a la vía Nanclares.
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Un día como hoy de 1980: el asesinato del estanquero