A finales de diciembre de 1981, ante la falta de ingresos derivada del alto el fuego, ETApm pretendió repetir lo que había hecho con Luis Suñer el año anterior (en la jerga polimili, «autoabastecerse»). Así pues, un comando secuestró al doctor Julio Iglesias, padre del famoso cantante del mismo nombre. La operación fue un desastre. Por un lado, en enero las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado liberaron a Iglesias. Por otro lado, pese a que la banda intentó justificarse («el aprovisionamiento de medios financieros es una necesidad permanente de la organización, ello no implica ninguna alteración de nuestra decisión de alto el fuego»), la acción motivó la enérgica condena de EIA, que censuró con dureza a ETApm por lo que se consideraba de facto una ruptura de la tregua. Para colmo, ese mismo mes de enero la policía descubrió en un caserío de Erandio un gran arsenal de los polimilis: 356 armas de fuego y 50 kilogramos de explosivos. Su potencial mortífero había sido drásticamente reducido.
No es de extrañar que en ese ambiente tan problemático, durante la tensa espera a su VIII Asamblea, las relaciones entre los activistas de ETApm se deterioraran progresivamente. Era imposible no traer a la memoria justamente aquello que el Comité Ejecutivo de la banda había querido conjurar: la crisis, luego cisma, provocada por la disidencia de los berezis. Un veterano polimili describía así la enrarecida atmósfera de principios de 1982: «todos hemos derivado al cotilleo más vergonzoso y la suspicacia ha sentado sus reales en nuestro seno. Esto ya no es la organización que hasta hace poco creía conocer. Esto es un asco. Huele a cáncer». Aparecen «Torquemadas de la pureza doctrinal de ETA y se disponen a repartirse el pastel. Se crean camarillas y clubes privados». Asimismo, continuaba el texto, «la situación ha llegado a tal extremo que para muchos ya no interesa otra cosa que la definición en bandos. Se pregunta a una tercera persona el posicionamiento de un determinado militante, no lo que piensa o lo que tiene que decir. Se hacen listas de nombres, no de ideas». Los actores repetían un libreto ya muy viejo. Como había pasado en ETA en anteriores ocasiones, los activistas de la organización en vez de tener en cuenta las (más o menos complejas) elaboraciones teóricas de sus jefes, se decantaban por una u otra corriente por otro tipo de impulsos: el ejemplo de ETAm, que parecía demostrar la viabilidad de la «lucha armada», la dificultad psicológica que supone hacer autocrítica del pasado individual y colectivo, los argumentos que apelaban a las emociones (el peso de las acusaciones de «traición» y «liquidacionismo» o el hipotético apoyo de Arzalluz) y las filias y fobias particulares de cada cual. La amistad (o la enemistad) y la lealtad personal (o el rencor) se cotizaban mucho más alto que las diferencias estratégicas o doctrinales. Por poner un ilustrativo ejemplo, por regla general, las comunas polimilis de cada cárcel se posicionaron con una u otra línea (y lo solían hacer en bloque) siguiendo la indicación de su respectivo cabecilla local.
A esas alturas los miembros de la organización eran muy conscientes de que las posturas de duros y pragmáticos habían divergido tanto que se había abierto un abismo entre ellos: la escisión era prácticamente ineludible. Por consiguiente, y con vistas al futuro, cada corriente pensó en tomar ventaja sobre la otra. Así, aún antes de que se celebrase la asamblea, ambos sectores intentaron hacerse con las armas de ETApm. Los más posibilistas se adelantaron a sus rivales y vaciaron los zulos. Tras la asamblea los dos grupos negociaron pacíficamente el intercambio de material: mientras que los duros se quedaron con el armamento, que sería utilizado en los atentados que realizaron posteriormente, los pragmáticos prefirieron los coches, los pisos y el dinero con el fin, a decir de Fernando López Castillo, de «poder aguantar los años hasta vuelta a casa». Esta es la razón por la que los séptimos nunca entregaron las armas a la policía. No podían hacerlo, ya que carecían de ellas.
De cualquier manera, aquella tortuosa espera desembocó en la VIII Asamblea de ETApm, para la que las dos facciones prepararon sendas ponencias (a las que habría que sumar numerosas enmiendas, presentadas por los militantes de base, a favor o en contra de aquellos dos trabajos). El texto de los duros se denominó ponencia «A» u «Orreaga». El epígrafe era todo un símbolo de las intenciones de sus redactores, ya que Orreaga es el nombre eusquérico del municipio navarro de Roncesvalles, lugar en el que el ejército del emperador franco Carlomagno había sido derrotado en el año 778, probablemente a manos de los vascones. El episodio, en su versión más mitificada, formaba parte substancial de la narrativa bélica del nacionalismo vasco radical. Extremadamente crítico con las tesis de la VII Asamblea, la evolución de EIA, su unificación con el EPK, que «da pie a un peligroso grado de ambigüedad en su práctica política», la estrategia de la organización terrorista durante la Transición y el periodo de tregua, el documento se ha de considerar como una enmienda a la totalidad del plan de Pertur. El Bloque político-militar, tal y como se planteó en 1976/1977, no había funcionado. Se hacía necesario remplazarlo por otra estructura diferente, en la que quedaba patente la impronta del modelo de HB-ETAm. En pocas palabras, los polimilis tenían que emanciparse de la tutela del partido, reforzar en su seno «las posiciones P-M» (Nueva Izquierda) y, por último, transformar a la banda en la vanguardia dirigente del conjunto. «No cabe duda de que debemos ser nosotros, el conjunto de hombres y mujeres pm, los que debemos fijar la dirección estratégica pm». Se sobrentendía que EE sería relegado a ejercer de brazo político de ETA pm, el mismo papel que los milis reservaban a HASI-HB. Por otra parte, y tras el fracaso de la «salida negociada», los duros exigían el fin del alto el fuego. Pero ya no bastaba con retomar la vía armada. Era perentorio que la organización diera un giro metodológico: la nueva estrategia terrorista consistiría en la «acumulación de poder coactivo» en un nivel susceptible de «romper con los límites actuales a la resolución de los problemas pendientes y potenciar una alternativa progresista». A poco que se afinara el oído, era claramente perceptible el eco de la aparentemente exitosa «guerra de desgaste» de ETAm. Por descontado, se precisaba que «la lucha armada no se negocia».
Como premonitoriamente advertía una enmienda de los pragmáticos, «romper la tregua en una situación como la que vivimos hoy, representaría un suicidio para la organización. En una situación de cerco social a la lucha armada -y no solo ni mucho menos de cerco policial-, un enfrentamiento abierto con EE nos dejaría con tres alternativas: o echarnos en brazos de los milis, o convertirnos en una organización como los autónomos, o enzarzarnos con todas nuestras fuerzas en una batalla política frente a EE, con la pretensión de hacer variar sus posiciones para que coincidan con las nuestras».
La ponencia de los pragmáticos, escrita con el asesoramiento de destacados líderes de EIA, fue bautizada como ponencia «B». El texto tomaba como base teórica el plan de Pertur y lo desarrollaba con cierta coherencia, aunque hacía una de las múltiples lecturas posibles. Una vez que el pueblo vasco había conseguido el «salto cualitativo» del Estatuto de Guernica y la institucionalización autonómica de Euskadi, «es necesario otorgar protagonismo a las masas». Y estas habían demostrado que cada vez sentían menos simpatía por «la lucha armada». En consecuencia, ETApm no solo debía respetar escrupulosamente la tregua, sino que, acatando las directrices de EIA, tenía que asumir que continuar la práctica violenta, al menos tal y como se había ejercido hasta el momento, carecía de sentido. ¿Cuál era, entonces, el camino a tomar? No el que parecía más lógico, esto es, el desmantelamiento de la banda, sino su «reconversión»: transformar ETApm en una organización latente que se pusiese en acción únicamente en el «caso de que se produjera un golpe de las características del 23-F o similares» o «cuando se ataque desde los aparatos estatales la hegemonía de la izquierda». A raíz de la «reconversión» se abrirían nuevas perspectivas para ETApm, una de las cuales era la de «plantear incluso su disolución oficial a cambio de» presos, exiliados, y la «creación de condiciones de resolución de los temas pendientes». En realidad, como reconocen los líderes de los pragmáticos, nada estaba más lejos de su ánimo que «reconvertir» a ETApm en el embrión de un ejército en la sombra. Lo que deseaban era dar pie a su disolución. Sin embargo, lo plantearon de una manera amortiguada, como una eventualidad más entre un amplio abanico de ellas, con el propósito de atraerse a los polimilis indecisos.
No lo lograron. En la VIII Asamblea de ETApm, que tuvo lugar en Las Landas (Francia) en febrero de 1982, la ponencia «A» consiguió aproximadamente el 70-75% de los votos frente al 25-30% que obtuvo la «B». Si bien la victoria de los duros fue aplastante, lo cierto es la mayoría de los cuadros y dirigentes, esto es, quienes tenían más experiencia, habían apostado por la salida pragmática. Además, no ha de colegirse que las bases polimilis se dividieran en similares proporciones: muchos de los que habían apoyado a la ponencia «A» se unieron a los posibilistas cuando comenzó el proceso de reinserción social auspiciado por Onaindia y Rosón; y bastantes otros, como se verá más adelante, acabaron reinsertándose por otras vías alternativas. En cualquier caso, en la VIII Asamblea se escenificó la definitiva división de la banda. Las facciones se separaron y constituyeron organizaciones independientes: dos nuevas ETApm. Los pragmáticos, que se negaron a acatar los resultados de la asamblea (ya que debían lealtad a la dirección política que marcara EIA), fueron conocidos como ETApm VII Asamblea o séptimos. Los duros pasaron a denominarse ETApm VIII Asamblea u octavos.