Como se ha descrito en un post anterior, a principios de 1982 ETApm se dividió en dos nuevas organizaciones. La facción partidaria de volver a la vía terrorista fue conocida como ETApm VIII Asamblea y sus componentes como octavos. Lo primero que hizo esta banda, en marzo de 1982, fue romper la tregua que se había declarado en 1981 mediante una bomba contra la empresa Suministros Eléctricos. A pesar de que ese atentado chocaba frontalmente con las directrices de EE, la organización terrorista mantuvo su «apoyo crítico» al partido durante un tiempo. No obstante, el verdadero propósito de los octavos consistía en utilizar a Nueva Izquierda para tomar el control de EE. Dicho plan infravaloraba al equipo de Mario Onaindia y la entrada de un gran parte del EPK de Roberto Lertxundi y sobrevaloraba la lealtad de Nueva Izquierda respecto a ETApm VIII. El golpe pretoriano se ensayó durante el Congreso constituyente de EE. Los octavos regaron el recinto de propaganda contra los dirigentes del partido e incluso consiguieron que se leyera una carta de los presos de la banda (gracias al apoyo de 384 delegados, frente a los 294 que votaron en contra y las 89 abstenciones). El texto era una dura invectiva contra los «arrepentimientos» y «quienes pretendieron aprovechar la tregua para liquidar a la Organización político-militar, en vez de aplicar sus energías en el sentido negociador (…). La desaparición de ETA ni es negociable, ni sería base objetiva de nada que pudiera llamarse normalización. Jamás aceptaremos tal “normalidad”, mientras nos quede un aliento de dignidad y de fuerza». Parafraseando a Mario Onaindia, los octavos declaraban que «para nosotros también la democracia es un medio, método y fin, de cara al pueblo y a los compañeros, e incluso de cara a los adversarios ocasionales; pero no lo es de cara a los txakurras y oligarcas, claro». Respecto a la reinserción, «no entramos en prisión ni vamos pasando aquí los años con la cabeza baja ni abrazados a los txakurras: No saldremos así». Ahora bien, la táctica de la banda terrorista no pudo evitar que la facción disidente de EE fuera derrotada por la alianza entre la línea de Onaindia y los antiguos comunistas, que sumaron sus votos para aprobar, entre otras cosas, la apuesta por las vías pacíficas y el mantenimiento de la tregua de los polimilis.
Teniendo en cuenta la relación de fuerzas en el seno de EE, ETApm VIII Asamblea no tuvo más remedio que renunciar a su proyecto pretoriano. La banda, por boca de sus presos, anunció en octubre de 1982 «la más clara denuncia y la retirada de cualquier tipo de apoyo» al partido, lo que debió ser todo un alivio para Mario Onaindia, quien un par de meses después, ante las continuas críticas de los octavos, advirtió que «no admitimos jueces, ni que ningún chaval armado con una pistola intente imponernos su línea política e ideológica. Por otra parte, está claro que la sociedad vasca está hasta los cojones de ellos». Sin embargo la organización no desistió de contar con un brazo político. Si no podía ser EE, sería «el sector más afín a nosotros (…) donde más madurado está el proyecto político-militar», esto es, Nueva Izquierda. Por consiguiente, los octavos vieron con muy buenos ojos la escisión de dicho colectivo, y luego lo animaron a unirse a los grupos desgajados de HB (principalmente LAIA) y las formaciones de extrema izquierda para conformar «un nuevo bloque histórico de izquierda abertzale». Años después los milikis declararían que Nueva Izquierda había intentado «aprovecharse oportunistamente» de ETApm VIII Asamblea. «A nosotros se nos ha querido involucrar en tal proyecto [Auzolan], teniendo que oír críticas a cada uno de los partidos en cuestión (NI-LKI-LAIA) por parte de quien se encontraban en el momento frente a nosotros»
Aunque también Nueva Izquierda apostó por esta alianza transversal, conviene no confundirse: no lo hizo por recomendación de ETApm VIII Asamblea, sino porque formaba parte de sus fines estratégicos. Pese a las acusaciones que la dirección de EE había lanzado en ese sentido, los portavoces de Nueva Izquierda advirtieron que no iban a ser el brazo político de ETApm VIII Asamblea. Iñaki Albistur, el exherrialdeburu de EIA en Guipúzcoa, e Iñaki Mujika Arregi (Ezkerra), el antiguo líder carismático de ETApm, hermano, para más señas, de un dirigente octavo, se declararon públicamente «en contra de la lucha armada, secuestros, impuestos revolucionarios… Hemos apostado por combatir políticamente».
El distanciamiento de Nueva Izquierda redujo las posibilidades de supervivencia de ETApm VIII Asamblea, ya que, como señala Ted Robert Gurr, «la reacción dentro del grupo que inicialmente apoyaba la causa terrorista es aún más devastadora para los militantes que la que se produce entre el público en general. En el momento en que desaparece el apoyo activo, al grupo le resulta cada vez más difícil atraer nuevos reclutas, obtener recursos materiales, encontrar refugio entre simpatizantes dignos de confianza y evitar la infiltración de informadores». Faltos de cobertura político-electoral, repudiados por el nacionalismo vasco radical, aislados socialmente, presionados por la policía, y desmoralizados por el proceso de reinserción que estaban protagonizando sus excompañeros, el horizonte de los octavos se había oscurecido mucho. Amenazaba tormenta. En palabras de Txutxo Abrisketa, «la mayoría de los líderes de lo que era Nueva Izquierda tomaron posturas meramente testimoniales cuando no de abierto acuerdo con los arrepentidos, por ejemplo celebraron o asistieron a cenas de bienvenidas de arrepentidos cuando por otro lado la organización armada proyectaba ejecuciones… La represión nos golpeó fuerte, los aliados políticos estaban apendejados y a pesar de todo ello lanzamos una fuerte ofensiva casi a la desesperada en 1983; en nuestra mira un objetivo fundamental: desacreditar, desmontar, acabar con la nefasta política de arrepentimiento».
Si esa era su meta, hay que decir que los octavos cosecharon un rotundo fiasco. No solo no consiguieron impedir la reinserción social de los séptimos, sino que buena parte de ellos mismos se vieron tentados por aquella «nefasta política». No se trató de la vía de Onaindia y Bandrés, aunque a veces ambas iniciativas se cruzaran, sino de un segundo proceso de reinserción impulsado a posteriori por el senador del PNV Joseba Azkarraga, al que se acogieron numerosos activistas de ETApm VIII Asamblea. No era el resultado de un acuerdo colectivo, como el que había negociado EE en nombre de los séptimos, sino de medidas de gracia aplicadas de manera estrictamente individual. Numerosos octavos se apuntaron a las listas de Azkarraga, con la consiguiente merma en las filas de la organización terrorista. A veces se dieron tanta prisa que, ironías de la vida, cuando algunos séptimos regresaron a sus localidades de origen comprobaron que los octavos que les habían estado amenazando de muerte por «arrepentidos» o «liquidacionistas»… se habían reinsertado antes que ellos. En España, a consecuencia de la combinación entre ambos procesos, las cárceles prácticamente se vaciaron de presos polimilis: si a mediados de 1983 había setenta y cinco, en 1985 únicamente quedaban quince irreductibles. Para desesperación de sus cabecillas, ETApm VIII Asamblea se estaba disolviendo lentamente, como un azucarillo.
Un sector de los octavos admitió que, sin cobertura política, la organización tenía los días contados. La única solución viable, se concluyó, era integrarse en ETAm. Empero, la fracción mayoritaria de la banda no estaba de acuerdo. ETApm VIII Asamblea debía continuar su propio camino. Solicitar el ingreso en la organización rival, en la que habían desembarcado los berezis en 1977, era un trago difícil. No solo significaba «darles la razón» a los milis, rememoraba una polimili, «sino que toda mi lucha, toda mi historia, no ha servido para nada». Según Arnaldo Otegi (el Gordo), «muchos decían que estaban de acuerdo con el planteamiento político, pero que ir con los milis se les hacía imposible. Demasiado cerca estaban, sobre todo en Iparralde, la situación de enfrentamientos físicos y verbales (…). Algunos nos decían “¿cómo es posible que ahora yo voy a estar con quien me ha agredido, me llamaba hijo de puta, arrepentido o traidor?”». Debido a sus insuperables divergencias estratégicas, las dos corrientes se separaron a principios de 1983. Los partidarios de mantenerse como una organización autónoma conservaron el mismo nombre, ETApm VIII Asamblea, pero aquellos que apostaban por un acercamiento a los milis, aproximadamente una veintena, pasaron a ser conocidos como ETApm VIII pro KAS o, sencillamente, milikis.
Los milikis pidieron fusionarse con ETAm, pero sus viejos competidores les exigieron tres condiciones. En primer lugar, estaban obligados a demostrar que tenían la capacidad de realizar atentados terroristas por sí mismos. En segundo término, debían renegar de la historia de ETApm. Tercero, al contrario de lo que había sucedido con lo berezis, esta vez no iba a haber una convergencia entre iguales: ETAm se arrogaba la potestad de juzgar cada caso particular para resolver si el expolimili en cuestión era admitido o no. Para explicar el rigor de este ultimátum hay que tener presente que los milikis no eran más que un pequeño colectivo que ni siquiera podía alegar ser la auténtica ETApm. Además, no cabe descartar que entre los dirigentes milis (no pocos de ellos provenientes de los comandos berezis) no hubiera ciertas ansias de revancha. En cualquier caso, siguiendo la hoja de ruta fijada por ETAm, ETApm VIII Asamblea pro KAS cometió siete atentados, el más conocido de los cuales, dirigido contra la casa-cuartel de la Guardia Civil de Laredo (Cantabria), causó cinco heridos, entre ellos dos niñas. En febrero de 1984 los milikis, «con el sabor amargo de 8 años de historia», anunciaron su autodisolución y se pusieron individualmente «a disposición de (…) ETA, asumiendo todas las consecuencias que ello conlleva». En sentido estricto, como apuntaron los portavoces de EE, los milikis fueron los únicos expolimilis «arrepentidos»: hicieron públicamente una «honesta y reflexionada autocrítica y práctica de nuestra errónea trayectoria política que finalmente nos ha conducido a la asunción de la alternativa táctico-estratégica de KAS y a nuestra reconducción dentro del proceso revolucionario vasco». En otras palabras, estaban admitiendo que ETAm había tenido razón desde el ya lejano año de 1974. Un par de aquellos arrepentidos milikis tuvieron ulteriormente un más que notable protagonismo dentro del nacionalismo vasco radical: Arnaldo Otegi en su rama civil y Francisco Javier López Peña (Thierry) en ETAm.
Lo que quedaba de ETApm VIII Asamblea, que no era demasiado, sobrevivió a duras penas unos años más. El 5 de octubre de 1983, coincidiendo con el inicio del juicio a los polimilis detenidos por el asalto al cuartel de Berga, los octavos secuestraron al capitán de farmacia Alberto Martín Barrios. Dos semanas después acabaron con su vida. En palabras de Juan Mari Bandrés, ETApm VIII Asamblea había «consumado su suicidio político con este asesinato». Estaba en lo cierto.
En el interin entre el secuestro y el asesinato de Martín Barrios, la Policía francesa se había puesto en contacto con un séptimo para que pasase un mensaje a sus excompañeros octavos: si le ocurría algo al militar se iba a «dar carta blanca» para que actuaran los «barbouzes» (bandas parapoliciales) en el territorio galo. No parece casualidad que justo entonces apareciesen los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación). Su primer acto fue secuestrar, torturar y asesinar a los milis José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, de quienes se esperaba obtener información sobre el paradero del capitán Martín
A partir del asesinato de Barrios los octavos sufrieron continuas detenciones. A finales de 1984, según Ángeles Escrivá, la banda apenas contaba con dieciocho activistas. Los más señalados dirigentes de ETApm VIII Asamblea, como Txutxo Abrisketa, fueron deportados fuera de Francia en 1984. Con el tiempo, la mayoría de ellos acabó en Cuba, donde la dictadura castrista les ofreció refugio. El último comando activo de la organización terrorista cayó en marzo de 1985. Descabezada, desmoralizada y reducida a un grupúsculo marginal, la presencia de ETApm VIII Asamblea fue a partir de entonces meramente testimonial. En el verano de 1985, sirviéndose del eco mediático de la polémica entre Bandrés y Arzalluz, los octavos amenazaron de nuevo a los séptimos y al Comité Ejecutivo de EE. Kepa Aulestia, recién nombrado secretario general del partido, respondió que no se podía temer a una organización «que no dispara más que comunicados». Efectivamente, ETApm VIII Asamblea solo reapareció para pedir el voto para HB en junio del año siguiente. Era el comienzo de una aproximación estratégica al ultranacionalismo que culminó, tras un largo debate, en 1992, cuando los últimos octavos se integraron en ETAm.