GFS: «Se ha reescrito un crimen», El Mundo, 9-IV-2024

En 1968 ETA cometió sus dos primeros asesinatos siguiendo la estrategia de acción-reacción-acción: provocar, mediante atentados, el recrudecimiento de la represión que afectase no al grupo, sino a la ciudadanía vasca, la cual acabaría poniéndose a sus órdenes en una “guerra revolucionaria”. El horizonte de ETA era doble. Por un lado, la independencia de una Gran Euskadi monolingüe en euskera que se anexionase los territorios limítrofes. Por otro, sustituir una dictadura de partido único como la franquista por otra: la suya.

La espiral de acción-reacción-acción se tambaleó tal día como hoy, pero de 1969, con su tercer asesinato. Ese miércoles tres dirigentes de la banda fueron arrestados por la Policía al entrar en un piso del Casco Viejo de Bilbao. El cuarto, Miguel Etxeberria Iztueta (Makagüen o Mecagüen), que había recibido dos disparos, escapó del cerco policial cogiendo un taxi. Pidió al conductor, Fermín Monasterio, que le llevara a Basauri.

Cuando llegaron al destino, el taxista detuvo el coche. Se entabló una discusión entre ambos, que salieron del vehículo. Makagüen le exigió que le hiciese un torniquete en la herida y que le trasladase a otro lugar. Monasterio se negó. Primero, el etarra le ofreció dinero y, como no pareció convencerle, sacó su pistola. Le disparó tres veces. El taxista quedó tendido sobre el asfalto, desangrándose. El etarra arrancó el automóvil y se alejó de allí.

Dos personas presenciaron el suceso. Detuvieron a un conductor y, montados en su coche, los tres fueron a dar aviso al cuartel de la Guardia Civil de Arrigorriaga. Volvieron a la escena del crimen con un cabo, que comprobó que Monasterio todavía respiraba. Lo subieron al vehículo, pero falleció de camino al hospital.

La tercera víctima mortal de ETA era un burgalés de 38 años afincado en Bilbao. Estaba casado y tenía tres hijas. La semana anterior había estrenado un Simca 1000, su primer automóvil en propiedad, el mismo que le había robado Makagüen. Aquel asesinato conmocionó a la sociedad bilbaína: el funeral que se celebró en la iglesia San Pedro de Deusto fue multitudinario; hubo una protesta espontánea de los taxistas, cuyos coches lucieron crespón negro; y se abrió una suscripción popular para ayudar a la familia de Monasterio.

La solidaridad con la víctima alarmó al nacionalismo vasco radical. Para salvaguardar su imagen, como haría tantas otras veces, recurrió a la mentira. ETA editó y difundió panfletos en los que, tras manifestar que “la verdad es siempre revolucionaria”, se negaba la versión que habían transmitido los “prostituidos” periodistas, tachada de “novela policial”. En cambio, se acusaba a la “escoria humana” de la Guardia Civil de haber detenido el taxi en un control, para luego ametrallar a sus ocupantes. A Monasterio no le había asesinado Makagüen, sino los agentes. “ETA no se avergonzó de haber ejecutado al policía-torturador Melitón Manzanas. Lo reconoció oficialmente. Pero el Sr. Monasterio no era ningún Manzanas. Nada tenemos contra los taxistas…”. (Aunque no tenían nada contra ellos, asesinarían a catorce a lo largo de su historia).

Fruto de la propaganda de la incipiente izquierda abertzale, las falsedades sobre el crimen se divulgaron con rapidez en todo Euskadi. Un par de días después, cuando volvió al colegio, la hija de diez años de Monasterio tuvo que escuchar de labios de una compañera: “A tu padre no lo ha matado ETA, lo ha matado la Guardia Civil”.

La banda se había comprometido “formalmente” a publicar “información directa y verificada” acerca del asesinato de Monasterio, “sea cual sea”, en cuanto la tuviese. No cumplió su palabra. En su boletín Zuzen de 2004 aún afirmaba que el 9 abril de 1969 “en los alrededores de Orozco, como consecuencia del enfrentamiento armado entre la Guardia Civil y gudaris de ETA, resultó muerto el ciudadano Fermín Monasterio Pérez. Un gudari de ETA resultó herido”.

Pese a que hace tiempo que es posible consultar la documentación interna del grupo y el sumario judicial sobre el caso, que incluye las diligencias policiales, el informe forense, el de balística y las declaraciones tanto de los testigos como de los cómplices de Makagüen, la izquierda abertzale se ha aferrado a la narración de ETA. Sus medios de comunicación y sus escritores la han repetido una y otra vez hasta la saciedad. En sus libros más recientes incluso van más allá y borran el asesinato de Monasterio: nunca ocurrió.

Makagüen pasó unas 48 horas escondido en un caserío del barrio San Juan de Orozco. Una red de apoyo formada mayoritariamente por sacerdotes le ayudó a curarse, ocultarse y pasar a Francia. Durante lo que quedaba de dictadura franquista, vivió cómodamente en dos dictaduras comunistas, Yugoslavia y Cuba. No fue juzgado. La Ley de Amnistía de octubre de 1977 anuló su responsabilidad penal, al igual que hizo con la de otros 62 asesinatos de la organización. Makagüen pudo volver a España, donde nadie le pidió cuentas por su historial. Con todo, ya en plena democracia, decidió reintegrarse en ETA. En 1998 fue sentenciado a ocho años de cárcel por fabricar explosivos. Quedó en libertad en 2003.

En junio de 2017 Makagüen falleció en Llodio, localidad en la que la izquierda abertzale celebró un acto para honrar su trayectoria de “militante histórico”. Iñaki Egaña Sevilla escribió en el diario Gara que “Mikel era un subversivo. También un rebelde, un combatiente, un insurgente… un militante. (…) Símbolo de toda una generación, de una generación de oro (…)”.

Al igual que el Ministerio de la Verdad en la novela 1984, desde el principio ETA tuvo claro que controlar el pasado era esencial para controlar el futuro. Por eso, la banda y su entorno se dedicaron a la tarea de reescribir cada episodio para que encajase en los estrechos márgenes de su narrativa patriótica: la del secular “conflicto” étnico entre vascos y españoles.

ETA fue derrotada por las FCSE, pero sus herederos han recogido la antorcha. Tradicionalmente se ha tratado de apologistas sin formación especializada que escriben una literatura militante, con nulo respeto por el método y la deontología de la historiografía académica. No obstante, en los últimos años han sumado aliados a la causa abertzale. Por un lado, sociedades de carácter privado, antaño prestigiosas. Por otro, una nueva generación de autores que cuentan con título de doctorado y que trabajan en dichas sociedades o en la universidad. Con tal cobertura, intentan dar una apariencia de respetabilidad científica al relato adulterado de siempre.

Sus trabajos son difundidos por una bien engrasada maquinaria de agitprop: asociaciones, fundaciones, documentales, medios de comunicación, editoriales, distribuidoras, librerías, ferias, conferencias, cartelería, una fuerte presencia en redes sociales, así como en la comunidad educativa, etc. A través de tales vías el ultranacionalismo ha conseguido que los mitos de ETA no solo se perpetúen, sino que estén calando en una parte de los jóvenes vascos y navarros. Por desgracia, ese podría ser el primer paso de un eventual proceso de radicalización.

A menudo se les culpa a ellos por su ignorancia sobre el fenómeno del terrorismo, pero no es justo, ya que nadie les ha hablado de ETA. Somos nosotros los que debemos proporcionarles una vacuna contra la propaganda: el conocimiento histórico riguroso, el testimonio de las víctimas del terrorismo, una visita al Centro Memorial, etc. Estamos a tiempo. Si las familias, los historiadores, los científicos sociales, los docentes, las instituciones públicas y los medios de comunicación nos tomamos en serio la tarea, en el futuro no se recordará como un símbolo positivo a asesinos como Makagüen ni caerán en el olvido víctimas como Fermín Monasterio.

Deja un comentario

Archivado bajo Sin categoría

Deja un comentario