En 1962 Ramón Baglietto vio como pasaba por delante de su tienda una mujer con dos hijos: uno en brazos y otro de la mano. A este niño se le escapó la pelota con la que estaba jugando, por lo que salió corriendo detrás de ella. Tuvo tan mala fortuna que se puso en medio de la trayectoria de un imparable camión pesado. La madre se lanzó sobre él para intentar protegerlo, pero cuando pasaba a su lado Baglietto consiguió arrancarle de los brazos al pequeño. La madre y el hijo mayor murieron atropellados. El menor se salvó. Se llamaba Kandido Azpiazu. En mayo de 1980 el automóvil de Ramón Baglietto, que había sido concejal de Azcoitia (Guipúzcoa) pero entonces era un militante de base de UCD, Unión de Centro Democrático, fue ametrallado por un comando de ETA militar cerca de Elgoibar. El vehículo se salió de la carretera y se estrelló contra un árbol. Baglietto, aunque malherido, seguía con vida. El etarra encargado de darle el tiro de gracia fue Kandido Azpiazu. Cuando veintiún años después un periodista alemán le preguntó cómo había sido capaz de matar a Ramón Baglietto, al hombre que le había salvado de una muerte cierta cuando era un niño, Azpiazu se defendió alegando que él no era un asesino: había actuado «por necesidad histórica». Acto seguido añadió: «por responsabilidad ante el pueblo vasco (…), que nunca fue vencido por los romanos, ni por los visigodos, ni por los árabes. Un pueblo muy distinto al de los españoles». Azpiazu estaba convencido de que el País Vasco llevaba siglos defendiéndose de las agresiones foráneas, la última y más duradera de las cuales era la española. Y había actuado en consecuencia.
Este texto es un fragmento de La voluntad del gudari. Génesis y metástasis de la violencia de ETA
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