La masacre de Hipercor y los orígenes del Pacto de Ajuria Enea

A lo largo de 1987 ETAm asesinó 52 personas: 21 de ellas en la masacre de Hipercor, en junio, y otras 11 en la de Zaragoza en diciembre. Ambos atentados, ejemplos de terrorismo indiscriminado, tuvieron un enorme impacto en la clase política en general y en los líderes el PNV en particular, quienes abandonaron su relativa ambigüedad ante el terrorismo. De forma involuntaria, ETA militar y su entorno civil habían reforzado las ansias de terminar con el terror, creando un clima propicio para la gestación de los acuerdos contra la violencia de Madrid, Ajuria Enea y Navarra. No parece casualidad que Kepa Aulestia y José Luis Zubizarreta, asesor del lehendakari, empezaran hablar sobre el tema y, poco a poco, a esbozar un proyecto justo aquel verano de 1987, marcado por la matanza de Hipercor. En palabras del líder de EE, se constató «una necesidad» de unificar la postura de los partidos ante el terrorismo etarra, ya que, en ocasiones anteriores, se habían demostrado «incapaces de salir de enfrentamientos entre sí». Como base teórica Aulestia encargó a su secretaria, Carmen Gómez, un esquema con los planteamientos sobre la «paz» de EE. He ahí uno de los cimientos del pacto de Ajuria Enea, aunque hay que tener en cuenta que hubo otros factores, como el patrocinio del lehendakari José Antonio Ardanza y el Gobierno vasco transversal que compartían el PNV y el PSE, formación que llevaba tiempo insistiendo en construir un «Frente por la Paz».

En otro orden de cosas, el atentado indiscriminado en el centro comercial Hipercor propició una crisis interna en el nacionalismo vasco radical. Txomin Ziluaga, quien desde 1978 ocupaba la secretaría general de HASI, Herriko Alderdi Sozialista Iraultzailea (Partido Socialista Revolucionario del Pueblo), formación sobre la que pivotaba la coalición HB,  sugirió a ETA que se tomara «unos meses de vacaciones». Como escarmiento, los milis decretaron que Ziluaga fuera destituido de su cargo y después expulsado de HASI. Le acompañaron muchos de sus partidarios, pero procuraron no molestar a los etarras. A decir de Florencio Domínguez, ETAm «les obligó a mantenerse en silencio, sin hacer públicas las circunstancias en que se había desarrollado la crisis. La mitad de los militantes abandonaron el partido, sin que ninguno de ellos dijera esta boca es mía o se planteara organizar otra formación». Sabían muy bien lo que les esperaba de haberse atrevido a hacerlo. De hecho, en la «izquierda abertzale» no hubo ninguna disidencia significativa hasta la aparición de la corriente crítica Aralar.

 

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