Las víctimas como testigos del terror
Gaizka Fernández Soldevilla y José Antonio Pérez Pérez
Contaba Primo Levi que los guardias del campo de Auschwitz advirtieron a sus prisioneros que, si en el futuro llegaban a relatar el infierno por el que habían pasado, nadie los creería. Además, fanfarronearon, todas las pruebas iban a ser destruidas. No habría rastro de la “Solución final”. Sería como si nunca hubiera sucedido. Por suerte, no fue así. Amén de una parte de la documentación, quedó el testimonio de los presos políticos, homosexuales, gitanos y judíos supervivientes, como el propio Levi. Por un lado, los recuerdos de quienes habían pasado por las garras de las SS permitieron a los historiadores realizar un análisis minucioso de la magnitud de los crímenes del III Reich. Por otro lado, la narración de aquella experiencia vital sirvió para humanizar a las víctimas, que previamente habían sido deshumanizadas. Se trataba de la voz, autorizada y creíble, de hombres y mujeres que recuperaban su condición de tales. “La vida de los judíos, bajo el nazismo, era espantosa”, subrayó Vassili Grossman en Vida y destino; “ahora bien, los judíos no eran ni santos ni monstruos, eran seres humanos”. Era algo que, después de la insistente propaganda nacionalsocialista, los ciudadanos europeos debían asumir.
Quienes investigábamos la historia del terrorismo en Euskadi no solíamos poner el foco en las víctimas. No nos referimos al plano moral, sino al científico. Se tendía a considerar que lo primordial era analizar el comportamiento de los victimarios, razón por lo que acababan protagonizando los estudios académicos. Mientras tanto únicamente se reservaba un papel secundario a las personas asesinadas, heridas, secuestradas, perseguidas o extorsionadas por ETA y las otras bandas. Hubo excepciones, claro, como los libros de José María Calleja y Kepa Pérez o la obra Vidas rotas, pero lo cierto es que la mayoría de los trabajos se centraban en los terroristas: su evolución, sus debates teóricos, su ideología, sus vínculos, su estrategia, sus atentados, su biografía, sus brazos políticos, sus memorias… Las víctimas solo aparecían en el relato en el momento justo de convertirse en tales, ni antes ni después. Y de ellas apenas se daba a conocer más que su nombre, apellidos, profesión y filiación política, si la tenían.
Desde hace cierto tiempo asistimos a un cambio de paradigma en el ámbito de la historia y las ciencias sociales: el de poner a la víctima en el centro del relato. El giro responde a un imperativo ético, sí, pero también a razones científicas. Al fin y al cabo, una historia de la violencia que ignore a sus víctimas está coja: solo es la mitad de la historia. Su experiencia es una aportación esencial para la construcción de un relato histórico veraz y riguroso. Ahora bien, no se trata de sustituir a las fuentes más tradicionales, como la bibliografía, la hemeroteca y la documentación, sino de complementarlas, contrastando la información que dan unas y otras.
Enlazando con la tendencia a colocar a las víctimas en un primer plano, el pasado viernes la Fundación Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo y el Instituto de Historia Social Valentín de Foronda organizaron la jornada “Las víctimas como testigos del terror” en San Sebastián. En el acto intervinieron la psicóloga clínica Teresa Díaz Bada, el periodista de investigación Javier Marrodán, el cineasta Iñaki Arteta y el profesor y víctima Iñaki García Arrizabalaga. Compartieron sus experiencias personales y profesionales, que nos ayudan a comprender el significado de las víctimas del terrorismo y a encontrar la mejor manera de recabar su inapreciable testimonio. Fue una ocasión única, además, para valorar la voz de las víctimas como herramienta para la consolidación de una sociedad democrática con memoria.
La jornada fue el primer paso de un ambicioso proyecto de investigación que, siguiendo la estela de “Relatos de plomo” (Universidad de Navarra), impulsan el Centro Memorial y el Instituto Foronda, con los cuales colaboran la Dirección General de Apoyo a Victimas del Terrorismo, la Oficina de Asistencia a las Víctimas del Terrorismo de la Audiencia Nacional, la Subdirección General de los Archivos Estatales, las FCSE y, sobre todo, las propias víctimas y sus asociaciones. Gracias a todos ellos, seremos capaces de escribir una detallada historia del terrorismo en Euskadi. Será una herramienta imprescindible para combatir el virus de la ignorancia, el odio y el fanatismo que, pese a la agonía terminal de ETA, parece haberse convertido en una enfermedad endémica en una parte de la sociedad vasca y navarra. Fíjense, si no, en lo ocurrido en Alsasua. De haberles hecho escuchar la voz de las víctimas, ya fuera directa o indirectamente, quizá los jóvenes que pegaron una paliza a los dos guardias civiles y sus parejas se lo hubieran pensado dos veces antes de hacer algo así. Volvamos a Levi: “si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también”. La historia y la memoria nos ofrecen vacunas para evitarlo.
Gaizka Fernández Soldevilla es responsable de Investigación y Archivo de la Fundación Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo. José Antonio Pérez Pérez es investigador del Instituto Valentín de Foronda (UPV/EHU).
Ezkerrik asko, Antón. Xabier Markiegi Candina
El Lunes, 31 de octubre, 2016 10:38:52, Gaizka Fernández Soldevilla escribió:
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