«¿Quién dijo miedo?», El Correo, 3-IV-2017

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¿De qué hablamos cuando hablamos de terrorismo? Existen múltiples definiciones, que a veces divergen entre sí. No obstante, la mayoría de ellas coinciden en lo fundamental: se trata de un tipo de violencia que busca un efecto simbólico, psicológico y político superior al de los daños materiales y humanos que producen los atentados. Parafraseando un lema de las Brigadas Rojas, el terrorista ataca a una víctima para asustar a cien. Y es que su herramienta básica es el miedo. Lo evidencia la propia etimología de la palabra: “terrorismo” viene de “terror”.

Los líderes de ETA lo tuvieron claro desde el principio. En 1963 Federico Krutwig escribió que era “recomendable” degollar y torturar a los policías, asesinar a políticos y militares, así como “exterminar” a sus familias. Era “una obligación para todo hijo de Euskalherria oponerse a la desnacionalización, aunque para ello haya que emplearse la revolución, el terrorismo y la guerra”. Un año después Julen Madariaga esperaba que el activista de ETA se transformase en un “gudari-militante” o “terrorista”, para el cual “engañar, obligar y matar no son actos únicamente deplorables sino necesarios”.

Una de las tácticas propuestas por Madariaga consistía en “atacar con grandes irrintzis que paralicen de miedo al enemigo”. Sus fantasías invitarían a la risa, de no ser porque quienes le continuaron al frente de la banda pasaron de las palabras a los hechos. Según un estudio del historiador Raúl López Romo, el balance de la violencia de ETA arroja un saldo de 845 personas asesinadas, un mínimo de 2.533 heridas (de ellas 709 con gran invalidez) y 86 secuestradas. A las víctimas directas hay que sumar las indirectas: los familiares y amigos de las primeras, los 15.649 amenazados (hasta 2001), así como un número desconocido de exiliados forzosos, extorsionados y damnificados económicamente.

El terrorismo también coartó la libertad de amplias capas de la ciudadanía: la de aquellos vascos y navarros que sintieron miedo de utilizar ciertos símbolos, de expresar sus ideas en público y de militar en determinados partidos políticos o movimientos sociales. Desde finales de los años sesenta ETA se dedicó a aplicar la lección de las Brigadas Rojas. Y tuvo bastante éxito en su empeño. Así, el País Vasco y Navarra son las dos únicas comunidades autónomas en las que los niños nacidos durante la etapa democrática escuchamos los mismos consejos que habían recibido nuestros padres durante la dictadura: “No te metas en política. No te señales. No llames la atención. Ten cuidado con lo que dices”. Y es que franquistas y etarras aplicaron una dialéctica similar: la de los puños y de las pistolas. La del miedo.

Por utilizar el concepto de Elisabeth Noelle-Neumann, el terrorismo propició una “espiral de silencio” en Euskadi: muchísimos vascos, sobre todo los no nacionalistas, callaron por miedo, lo que ayudó a generar un clima de opinión predominantemente abertzale: se magnificaron las expresiones, el discurso, el vocabulario y los símbolos de una de las culturas políticas vascas, mientras que se minimizó las de las otras: las izquierdas y las derechas. En ese sentido, ETA pretendió hacer realidad el sueño de las dictaduras totalitarias del siglo XX: erradicar todo atisbo de pluralidad para crear una comunidad uniforme.

Recientemente el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo ha publicado un informe que, utilizando las series estadísticas del Euskobarómetro, demuestra hasta qué punto el temor a ETA condicionó a la población vasca. Valga como muestra un botón: en mayo de 2001, tras la ruptura de la tregua, un 70% de los ciudadanos percibían miedo en el ambiente. El terrorismo hizo que muchos de ellos prefirieran no participar en política: el coste resultaba demasiado alto. Cuantas más víctimas mortales, más se aterrorizaba al conjunto de la sociedad; cuantos más atentados se producían en una localidad, más se intimidaba a sus habitantes.

El estudio revela que el miedo iba por barrios. A la hora de hablar o participar en política, los votantes de partidos constitucionalistas sentían una amenaza mayor que aquellos que apoyaban a formaciones nacionalistas. Por razones obvias: la persecución más dura la sufrieron líderes y militantes de UCD, PP (y antes AP), PSOE, UPN y UA, así como intelectuales, profesores, periodistas y otro tipo de profesionales no nacionalistas. No es justo meter a todos en el mismo saco: no faltaron nacionalistas moderados en el punto de mira de ETA. En cambio, señala el informe, a los simpatizantes de la “izquierda abertzale” el terror les afectó en menor medida. Al fin y al cabo, eran los únicos que se sabían a salvo de la banda.

ETA puso a cada ciudadano en la tesitura de elegir entre adherirse al nacionalismo radical, someterse a la ley del silencio o afrontar las temibles consecuencias de ejercer su libertad. Así, el terrorismo horadó los cimientos de la democracia en Euskadi. La degradó en un plano político y ético. ¿Cuántos de nosotros preferimos callar cuando teníamos necesidad de hablar? ¿Cuántos dejamos hacer a los matones para que no nos señalaran con el dedo? ¿Cuántos no vimos o no quisimos ver que nuestros vecinos tenían miedo? ¿Cuántos miramos hacia otro lado? ¿Cuántos todavía nos negamos a reconocerlo?

1 comentario

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Una respuesta a “«¿Quién dijo miedo?», El Correo, 3-IV-2017

  1. Jon Azkue

    Muy bien como siempre un abrazo

    Enviado desde mi iPhone

    > El 3 abr 2017, a las 18:03, Gaizka Fernández Soldevilla escribió: > > >

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