«La historia amputada», El Correo, 21-VII-2017

La historia amputada.PNG

Hace treinta años Juan Pablo Fusi (El Correo, 05-04-1987) denunció que la mayoría de la ciudadanía sabía quién era el general carlista Tomás de Zumalacárregui, pero no quién era su hermano, Miguel Antonio: un jurista y político liberal que ocupó los cargos de alcalde de San Sebastián, diputado, senador, ministro y presidente de las Cortes. El olvido de una figura tan destacada parecía un claro ejemplo de cómo el “País Vasco desconoce su historia más reciente. Está forjándose una conciencia de sí mismo mutilada y deforme: está construyendo su identidad sobre una amputación brutal de la verdad histórica. Tal vez se esté aún a tiempo de rectificar”. Y es que por aquel entonces Fusi todavía confiaba en que los historiadores y los medios de comunicación recuperaran para el gran público “la verdadera historia del País Vasco”.

Por desgracia, no se ha conseguido. Hoy en día una amplia capa de la población sabe quién fue Tomás de Zumalacárregui, que da nombre a una gran avenida en Bilbao. Irónicamente, se trata de la misma ciudad que él sitió y bombardeó, y en la que resultó mortalmente herido. Por cierto, la calle fue bautizada así en agosto de 1937, dos meses después de que Bilbao fuese tomado por las tropas franquistas, entre las que se contaban muchos carlistas vascos y navarros. Las sucesivas corporaciones democráticas han mantenido el nombre de la avenida. Sin embargo, nadie se acuerda del otro hermano, Miguel Antonio.

¿Cómo explicar que se ignoren determinados personajes, fenómenos y épocas? En primer lugar, por la desidia de una parte de la sociedad, que huye de toda lectura o producto audiovisual que le resulte fatigoso o que le obligue a replantearse sus ideas preconcebidas. Segundo, porque los historiadores hemos descuidado la divulgación. Nuestra ausencia ha permitido el intrusismo extra académico, como el de la industria propagandística del nacionalismo radical, que pretende convencernos de la existencia de un “conflicto” étnico en el que vascos y españoles llevarían enfrentados desde la noche de los tiempos. Carece de rigor, pero es hábil en cuestiones de marketing.

A esta competencia se suma el desinterés que las instituciones y los medios de comunicación públicos muestran por los avances de la historiografía profesional. Así, es llamativa la escasa atención que, pese a las proclamas a favor de la memoria histórica, han recibido las excelentes obras de Pedro Barruso, Javier Gómez y Erik Zubiaga, quienes han investigado la represión franquista en la Guerra Civil y la posguerra en Guipúzcoa, Álava y Vizcaya, respectivamente. Tampoco es comprensible que ETB 2 retrasara casi un año la difusión de la serie documental “El Gobierno Vasco en el exilio”, con guiones de José Luis de la Granja, Santiago de Pablo, Ludger Mees, Iñaki Goiogana y Leyre Arrieta. Al final, pese a las protestas que tal decisión suscitó, se emitió en un horario intempestivo, entre las 0:30 y la 1:30 h. de la noche. Tuvo peor suerte la segunda parte de la serie documental “Transición y democracia”, coordinada por Juan Pablo Fusi. Duerme el sueño de los justos desde 2012. Mientras tanto, EiTB ofrece documentales de discutible calidad. ¿Y qué decir de la chocante ausencia de historiadores en la Junta de Expurgo de Expedientes Judiciales de Euskadi, que ha destruido muchísima documentación insustituible, como sumarios de atentados terroristas?

Nuestro oficio consiste en ofrecer un relato veraz y riguroso del pasado, elaborado por medio de una metodología científica y del examen exhaustivo de las fuentes disponibles. A menudo, en el proceso, los historiadores sacamos a la luz datos que no encajan en las grandes narrativas identitarias. Nos volvemos incómodos. Por eso se prefiere la publicidad, más complaciente, por muy fantasiosa que sea.

Así, el País Vasco se ha convertido en un lugar privilegiado para observar cómo se inventan tradiciones milenarias, mitos y héroes nacionales. En octubre del año pasado se inauguró en Vitoria el “Espacio Martín Ttipia” con el fin de honrar la figura de este gobernador, quien entre 1199 y 1200 habría dirigido la heroica defensa de la ciudad, que entonces formaba parte del reino de Navarra, frente a la traicionera invasión castellana. Como señaló en estas páginas Santiago de Pablo (El Correo, 13-11-2016), se trataba de un “esperpento berlanguiano”. No hay ninguna prueba de que Ttipia estuviese presente en el asedio. Por otra parte, resulta inadmisible hacer pasar por una especie de guerra patriótica lo que no fue más que uno de los innumerables enfrentamientos entre reyes de la Edad Media. No había abertzales avant la lettre, sino simples súbditos: los habitantes de Álava lo eran del rey de Navarra, pero antes lo habían sido de los de Castilla y de León. Lo lógico era que, tras el artículo de De Pablo, la Administración hubiese consultado a los historiadores medievalistas de la universidad. Pero se prefirió financiar un “espectáculo itinerante” en honor a Martin Ttipia. De tal manera, en riguroso directo, los ciudadanos asistimos al nacimiento de un nuevo héroe, protagonista de un episodio más del secular “conflicto”.

Se sigue amputando la historia. Ahora bien, si los historiadores nos esforzamos en divulgar nuestro trabajo, si la sociedad se acerca a él y si nuestras instituciones empiezan a respetarlo, quizá podamos revertir esta situación.

Deja un comentario

Archivado bajo Sin categoría

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s