GFS: «Historia e internet», El Correo, 25-IX-2019

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¿Qué saben de su historia nuestros jóvenes? La respuesta al título del libro de Ander Delgado y Antonio Rivera es sencilla: menos de lo deseable. (Lo mismo ocurre con otras materias, claro). El problema refleja, en parte, el declive de valores como el esfuerzo y el trabajo, la escasa difusión de la cultura de calidad, la pérdida de prestigio de las humanidades, las nuevas formas de ocio que desplazan a la lectura, la falta de apoyo familiar, etc. Hay que sumar factores del ámbito escolar: la imposibilidad de impartir todo lo programado en la asignatura en tan pocas horas lectivas, las tareas burocráticas que saturan a los docentes, su pérdida de autoridad, el discutible rigor de los manuales, la saturación de las aulas, la perjudicial presión del examen de selectividad, el hecho de que algunos profesores, los menos, prefieren ser apóstoles de la patria antes que buenos profesionales de la educación…

Ahora bien, solemos caer en el error de considerar a los alumnos como simples sujetos pasivos, “fabricados” en serie por el sistema, perezosos y complacientes con su ignorancia. Al contrario, como demuestra su consumo de series, películas, videojuegos o novelas ambientados en otras épocas, muchos de ellos están interesados en el pasado. Y buscan información sobre él. La cuestión es cómo y dónde lo hacen. A menudo, acuden a una única fuente, que puede estar equivocada. Les pondré un par de ejemplos.

Para mi tesis doctoral, realicé más de sesenta entrevistas. No conseguí todas las que deseaba. Algunas personas prefirieron no hablar. Otras habían muerto. Era el caso de uno de los líderes de la primera ETA, que dio un giro a la izquierda y encabezó la primera escisión “obrerista”. Había fallecido el 21 de abril de 2002. Me resigné, taché su nombre de la lista y seguí adelante con la investigación. Unos años después uno de sus antiguos compañeros me contó que el día anterior había estado con el supuesto difunto. No se trataba de una sesión de espiritismo. Sencillamente, alguien había escrito una mentira en Wikipedia y yo me la había creído.

En esa misma enciclopedia en línea hay un artículo sobre el “conflicto vasco”. Habría sido “un período de crisis armada, social y política entre el 31 de julio de 1959 y el 20 de octubre de 2011”. Una especie de guerra en la que se enfrentaron dos bandos armados. De una parte, los “Aliados antiseparatismo”: España y Francia, con ayuda de “grupos paramilitares reaccionarios contrarrevolucionarios tardofranquistas” como los GAL. De otra, “ETA y organizaciones nacionalistas vascas”. Tras la victoria de los primeros, se produjo un “cambio territorial”: “País Vasco vuelve al efectivo control del gobierno de España”. Las versiones en inglés y euskera tampoco tienen desperdicio.

No se trata de desacreditar un proyecto encomiable, sino de señalar un posible peligro. Esta enciclopedia está editada de manera libre y colaborativa, es decir, se permite a cualquier usuario cambiar los textos. En la práctica, lo mismo pesa el dictamen de un experto que el de alguien ajeno a la materia. En cierto modo, se rebaja a quien pretende divulgar un conocimiento riguroso al nivel del propagandista militante. En consecuencia, no es raro que haya contenido incorrecto o falseado, correcciones, contracorrecciones, borrados y a veces pequeñas batallas culturales.

Si somos conscientes de los defectos de Wikipedia, seremos capaces de utilizarla de manera efectiva. Basta con contrastar con fuentes más fiables, como los trabajos académicos colgados en repositorios como Academia.edu y Dialnet.unirioja.es. Hoy en día incluso es posible consultar directamente con historiadores y otros científicos sociales, como los que participan en foros especializados como el grupo Historia Contemporánea de Facebook. No obstante, muchos jóvenes no se toman la molestia, quizá engañados por el formato enciclopédico de Wikipedia, que creen una garantía de calidad.

Hay opciones peores: las páginas web que manipulan la historia con objetivos tan deleznables como propagar discursos del odio y justificar los crímenes de la dictadura o el terrorismo. Parten con ventaja. En palabras de Hanna Arendt, “dado que el embustero tiene libertad para modelar sus “hechos” de tal modo que concuerden con el provecho y el placer, o incluso con las simples expectativas de su audiencia, posiblemente resulte más persuasivo que el hombre veraz”.

La verdad objetiva es un ideal al que los historiadores aspiramos a acercarnos. Nada más. Sin embargo, no todas las visiones sobre el pasado son igual de legítimas: la investigación académica no vale lo mismo que las publicaciones militantes. Como advierte Daniel J. Levitin en La mentira como arma, “el asunto no es que los expertos nunca se equivoquen, lo que ocurre es que en términos estadísticos es más probable que acierten”.

Los estudiantes necesitan que les proporcionemos las herramientas adecuadas. Por un lado, fuentes accesibles en internet que hayan sido elaboradas o supervisadas por historiadores profesionales, cuya función no solo es investigar, sino también difundir el resultado de su trabajo. Por otro, que se enseñe a los alumnos a buscar, verificar y cotejar los datos de manera crítica para luego formarse su propia opinión. Únicamente así serán ciudadanos en el pleno sentido.

 

 

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