Hoy

El 17 y 18 de julio de 1936 una parte significativa del Ejército y de las derechas se sublevaron contra el Gobierno de la II República. El golpe de Estado fracasó, lo que dio lugar a una larga y cruenta Guerra Civil que finalizó en abril de 1939 con el triunfo de los insurrectos, encabezados por el general Francisco Franco, que habían contado con la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista. Los vencedores instauraron una dictadura que enterró la experiencia democrática republicana. También llevaron a cabo una despiadada represión contra los vencidos, los militantes de izquierdas y los nacionalistas periféricos, primero en forma de asesinatos extrajudiciales, luego ya mediante juicios sumarísimos. Enrique Moradiellos calcula que la represión franquista «fue responsable de un elevado número de víctimas mortales que probablemente alcanzó una cifra superior a las noventa mil durante la guerra (con otras cuarenta mil tras la victoria y en la inmediata posguerra)». Tampoco olvida las penas de cárcel, multas, destierros y procesos de depuración profesional, así como los alrededor de trescientos mil exiliados permanentes. La represión en la zona republicana acabó con la vida de unas cincuenta y cinco mil personas. También fueron víctimas.
Franco forma parte de nuestra historia: de sus páginas más oscuras. Desde un prisma democrático, no tenía sentido que estuviese donde estaba. Pueden ponerse miles de pegas a la forma y el momento en los que se ha realizado su exhumación, pero ninguna de ellas invalida el hecho fundamental: tenía que hacerse. Por eso, hoy es un buen día no solo para las víctimas del franquismo, que han tenido que esperar demasiado tiempo, sino para toda España.

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