La distancia en línea recta que separa Madrid de Bucarest es de 2.475 kilómetros. Por carretera, 3.352 km. Ahora bien, España y Rumanía están ligadas desde que Trajano, el primer emperador de origen hispanorromano, conquistó lo que entonces se llamaba la Dacia a principios del siglo II. Dos milenios después, el INE contabiliza 669.434 rumanos en nuestro país. Tras la marroquí, se trata de la nacionalidad extranjera más numerosa. Su trabajo y su calidad humana nos enriquecen como sociedad. También su cultura: Rumanía ha dado al mundo autores de la talla de Camil Petrescu, Mircea Eliade, Emil Cioran o Herta Müller, Premio Nobel de Literatura en 2009.
Pese al prestigio de su obra, en España apenas sabemos nada del pasado de este país. A lo sumo, tópicos y tergiversaciones. Deberíamos remedirlo, ya que nos ayudaría a comprender mejor no solo a nuestros nuevos vecinos, sino también a Europa en su conjunto, que es mucho más que su porción occidental. Aprovechando la efeméride, podemos acercarnos a la historia reciente de Rumanía a través de un episodio crucial: la revolución de 1989.
Para explicar lo que ocurrió en aquella fecha, es necesario echar la vista aún más atrás. Al igual que gran parte de Europa, durante el siglo XX Rumanía sufrió un desastre tras otro. Entre 1940 y 1944 estuvo acaudillada por el dictador Ion Antonescu. Se trataba de un firme aliado de Hitler, por lo que participó tanto en el Holocausto como en la fracasada invasión de la URSS. Una vez detenida, Stalin pasó a la contraofensiva. Con el Ejército Rojo a las puertas, el rey Miguel I destituyó a Antonescu y pidió un armisticio. Vae victis: Rumanía perdió territorios en beneficio de Bulgaria y la URSS, que se quedó lo que hoy es la República de Moldavia.
La ocupación soviética condujo a una nueva dictadura, esta de corte comunista. El país había pasado de un extremo del totalitarismo al otro. Sin apoyo popular, sus cimientos se sustentaron en una despiadada represión contra cualquier tipo disidencia. En 1967 se hizo con el poder Nicolae Ceaușescu, quien instauró un régimen que combinaba nacionalismo, estalinismo, culto a la personalidad, control policial, corrupción y miseria generalizada. Si quieren enterarse de los crímenes de la Securitate, su policía secreta, les recomiendo Las redes del terror, del historiador José M. Faraldo, o Siempre la misma nieve y siempre el mismo tío, de Herta Müller, una de sus víctimas.
El Muro de Berlín cayó en noviembre de 1989, síntoma de que el bloque soviético se estaba desmoronando. El 16 de diciembre de aquel año la ciudad rumana de Timișoara fue escenario de protestas exigiendo libertad. Pese a la sangrienta represión, se extendieron a Bucarest. La revolución contra el régimen fue imparable. El 22 de diciembre la presión de los manifestantes y la desafección de un creciente sector de sus subordinados obligó al dictador a huir en helicóptero. Fue arrestado en Târgovişte. El día de Navidad Ceaușescu y su mujer fueron fusilados ante las cámaras de televisión. Su derrocamiento había tenido un alto precio. De acuerdo con las cifras oficiales, hubo 1.104 víctimas mortales y 3.352 heridos. Podrían sumarse al cómputo los brutales disturbios protagonizados por mineros en Bucarest entre 1990 y 1991 (la Mineriadă), que causaron seis fallecidos, según la versión gubernamental, o más de 100, según otras fuentes.
Pese a las promesas de 1989, la democracia plena se hizo esperar en Rumanía. Durante mucho tiempo han seguido gobernando las mismas viejas élites, ahora poscomunistas, representadas por el Partidul Social Democrat (PSD). Esta formación ha sido acusada por la oposición de ineficacia, falta de compromiso democrático y una escandalosa corrupción. El capitalismo, por cierto, tampoco resultó ser un paraíso: gravísimos problemas económicos empujaron a los jóvenes a emigrar al extranjero.
La transición a un sistema pluripartidista ha sido lenta y problemática, pero los progresos son evidentes. En enero de 2007 Rumanía entró en la UE, cuya presidencia ha ostentado de enero a junio de este año. También es de esa nacionalidad la primera fiscal europea contra el fraude, Laura Codruta Kövesi, una destacada figura en la lucha contra la corrupción y azote de los gobiernos del PSD. Según Freedom House, Rumanía es un país libre. Figura en el puesto 52º del Índice de Desarrollo Humano: muy alto. Está por delante de los estados de su entorno en casi todos los parámetros. Por ejemplo, en el formativo. Es modélico el curso de lengua, cultura y civilización rumanas que se imparte en muchos colegios de otros países, incluyendo España.
Es cierto que en Rumanía quedan nostálgicos de las dictaduras, tanto de la ultraderechista como de la comunista, pero las instituciones han empezado a lidiar con su traumática historia. Cabe destacar aquí la labor de organismos como Memorialul Victimelor Comunismului şi al Rezistenţei.
El mes pasado se produjeron dos acontecimientos trascendentales. Tras una moción de censura, se formó un nuevo gobierno conservador. Poco después el presidente Klaus Iohannis, de esa misma tendencia, revalidó su cargo en las urnas. En el 30º aniversario de la revolución, la clase política y la ciudadanía se enfrentan a grandes retos: reactivar la economía, erradicar la corrupción y consolidar la democracia. Rumanía se lo merece.
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