
Nació en 1978 en El Ferrol, se crio en As Pontes de García Rodríguez y pasó el resto de su infancia y juventud en Las Rozas. Se licenció en Derecho Hispano Francés e hizo un máster en La Sorbona. Tras pasar por varias entidades financieras buscó fortuna en Londres, donde le contrató el banco HSBC como analista en prevención de blanqueo de capitales.
Era católico practicante y había padecido acoso laboral, lo que reforzó su predisposición a salir en defensa de cualquiera que sufriera maltrato. En palabras de una amiga, «ante situaciones injustas, no se podía contener». También destacaba por su carácter solidario, al que su padre, Joaquín, da el hermoso nombre de «bondad». En su biografía sobran los ejemplos. En una ocasión, cuando estaba haciendo surf, rescató a un matrimonio que se había quedado atrapado por la corriente en la playa de Oyambre (Cantabria). Otra muestra: a menudo Ignacio visitaba a un joven marroquí que pasaba una larga convalecencia en un hospital londinense y estaba solo. Se habían conocido compartiendo su afición al monopatín.
Ignacio era un hombre bueno con una vida normal que tuvo que enfrentarse a una situación inesperada y excepcional. La noche del sábado 3 de junio de 2017 un automóvil atropelló a varios peatones en la acera del puente de Londres. Tres hombres bajaron del vehículo y empezaron a apuñalar a los viandantes tanto allí como en un mercado cercano. Causaron ocho víctimas mortales y 48 heridos. Aunque al principio hubo dudas acerca de la autoría, el Dáesh no tardó en reivindicar el atentado terrorista.
Alrededor de las 23:00 horas Ignacio y unos amigos estaban yendo en bicicleta cuando vieron a un individuo atacando a una chica. No sabían lo que estaba ocurriendo, pero fue suficiente para Ignacio: tiró la bici, cogió su monopatín y arremetió contra el yihadista. Lo golpeó, evitando que rematara a su víctima. Inmediatamente entró en escena un policía, pero fue herido. Ignacio se había quedado solo frente a tres terroristas. Superado numéricamente, fue acuchillado. En el suelo aún intentó utilizar el monopatín como escudo, pero ellos eran más. Lo mataron. Tanto la muchacha como el agente sobrevivieron.
La Policía británica encontró el DNI de Ignacio entre sus ropas, por lo que lo identificaron esa misma noche. Sin embargo, tardaron cuatro días en confirmar su muerte a la familia. Demasiados. Esta frialdad institucional contrasta, según su padre, con la atención más humana que se dispensa en España a los damnificados, gracias a la labor de organismos como la Dirección General de Apoyo a Víctimas del Terrorismo y las diversas asociaciones de víctimas.
En el Génesis, cuando Dios anuncia que va a destruir Sodoma y Gomorra, Abraham intercede. Yahveh accede a perdonarlas, siempre que encuentre a diez hombres justos. Pese a sus esfuerzos, no lo consigue y ambas ciudades son borradas de la faz de la tierra. Quizá a Abraham no le hubiera costado tanto hallar justos en Londres en junio de 2017.
No es de extrañar que la prensa haya convertido a Ignacio en «el héroe del monopatín». Encaja perfectamente en la definición que da el Diccionario de la RAE: una «persona que realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble». Y no hay causa más noble que proteger a otro ser humano. Como leemos en el Talmud, «quien salva una vida salva al mundo entero».
El heroísmo de Ignacio ha sido reconocido a título póstumo con condecoraciones como la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo y la Medalla de Jorge que entregó a sus padres la reina Isabel II de Reino Unido. También ha recibido distinciones como el Premio Internacional COVITE. Además, el instituto donde cursó bachillerato ha sido rebautizado con su nombre. A estos reconocimientos se suma el del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo: el monopatín de Ignacio ocupa un lugar especial en su sede de Vitoria, que ha abierto sus puertas en 2021.
Este texto es un fragmento del libro El terrorismo en España. De ETA al Dáesh