En el País Vasco del siglo XX encontramos tres grandes culturas políticas: la derechas, la izquierdas y el nacionalismo vasco. Con estos vértices Juan Pablo Fusi, quien junto a Caro Baroja planteaba en 1984 que el rasgo constituyente de Euskadi era y es su pluralidad interna, formó una figura geométrica: un triángulo. La división entre las tradiciones ideológicas de Euskadi proviene de su confrontación en dos campos muy diferentes. Por una parte, el de la rivalidad de izquierda-derecha, derivado de las políticas socio-económicas. Por otra parte, el de la colisión de nacionalismo-no nacionalismo, consecuencia del choque de identidades territoriales que originó el nacimiento del PNV. Antonio Rivera mantiene que tras la dictadura la actuación de ETA introdujo un nuevo campo de confrontación: la de «demócratas vascos vs. partidarios/justificadores de la violencia de intenciones políticas». Así pues, considera que la “izquierda abertzale” (izquierda patriota) forma una cuarta cultura (o subcultura) política. Por consiguiente, “el triángulo es hoy y desde hace algunos años un auténtico cuadrado”.
Las tres grandes culturas políticas que conforman el triángulo nacieron durante el XIX. Se trata de una geometría política que apareció en Bilbao, se extendió luego a Vizcaya y sólo se generalizó a la totalidad del País Vasco y Navarra durante la II República (1931-1936).
La primer
a cultura política que emergió fue la que posteriormente ha sido conocida como la derecha o, mejor (para evitar confusiones con la derecha nacionalista vasca, el PNV), como la derecha no nacionalista. En el siglo XIX, lejos de formar un bloque homogéneo, las derechas estaban divididas entre los liberales, partidarios de la modernización de España, y los carlistas, defensores del Antiguo Régimen. Se trataba de dos bandos irreconciliables que se enfrentaron en sucesivas guerras civiles (1833-1839, 1846-1849 y 1872-1876), cuyo principal escenario se situó en Vasconia, uno de los bastiones de los carlistas. La victoria definitiva de los liberales, consagrada con la Restauración de la dinastía borbónica, trajo consigo la sustitución de la dicotomía ideológica entre el carlismo y el liberalismo por la de derechas/izquierdas, relativamente distorsionada por la aparición posterior del nacionalismo. Otra importante consecuencia de la última guerra carlista fue la abolición de los fueros de las provincias vascas (1876-1877), que en compensación recibieron los conciertos económicos (1878), similares al convenio del que Navarra gozaba desde 1841. Se trataba de unos regímenes provinciales diferentes a los del resto de España, que dotaban a las diputaciones de una gran autonomía fiscal y administrativa.
Las derechas, a pesar de su constante división interna y de su diversidad ideológica (conservadores, progresistas, fueristas, etc.), mantuvieron el dominio de las instituciones en el País Vasco y Navarra durante la mayor parte del reinado de Alfonso XII y Alfonso XIII, incluyendo la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930). Mientras, el tradicionalismo (el carlismo y su escisión integrista) conservó buena parte de su arraigo en Vasconia, especialmente en Álava y Navarra, y no renunció a la idea de organizar una nueva insurrección contrarrevolucionaria para acabar con el Estado liberal.
Como prueba de la aplastante primacía de las derechas se puede repasar la lista de los parlamentarios vascos y navarros elegidos para las Cortes durante la etapa de la Restauración en la que estuvo vigente el sufragio universal (1891-1923). De un total de 331 diputados, según José Luis de la Granja, 68 fueron carlistas, 22 integristas, 22 católicos independientes, 17 urquijistas, 131 conservadores, 43 liberales, 11 nacionalistas vascos, 13 republicanos y 4 socialistas. Agrupándolos en las tres grandes culturas políticas: 303 parlamentarios de las derechas no nacionalistas, 11 del nacionalismo vasco y 17 de las izquierdas. Sin embargo, no conviene olvidar que los resultados electorales de la Restauración estaban distorsionadas por el caciquismo y los fraudes electorales, sobre todo la compra de votos.
La proclamación de la II República el 14 de abril de 1931 supuso la pérdida de poder político de las derechas no nacionalistas y la consolidación del triángulo vasco, ya que los tres grandes bloques (derechas, izquierdas y nacionalistas) mantuvieron un inestable equilibrio de fuerzas. Según los datos que presenta José Luis de la Granja, los diputados a Cortes elegidos durante la II República (1931-1936) en el conjunto vasconavarro, de un total de 72, fueron: 1 monárquico, 16 tradicionalistas, 3 de la CEDA, 7 católicos independientes, 27 nacionalistas, 10 republicanos, 7 socialistas y 1 comunista. Agrupándolos en las tres grandes culturas políticas: 27 parlamentarios de las derechas no nacionalistas, 27 del nacionalismo vasco y 18 de las izquierdas.
El programa laicista y progresista republicano enervó a los partidos conservadores vascos, que se radicalizaron. Justo la evolución contraria de la seguida por la derecha nacionalista vasca, el PNV, que aunque estuvo aliado al tradicionalismo hasta 1932, desde esa fecha se acercó a las izquierdas. Para 1936 la mayoría de las formaciones vascas de derechas habían pasado a posiciones extremistas y centralistas, cuando no ultranacionalistas españolas. Por tanto no es extraño que participaran activamente en la conspiración del general Mola y posteriormente se adhirieran a la sublevación militar del 18 de julio de 1936, que triunfó en Álava y Navarra, precisamente donde las derechas vascas tenían más fuerza (no por casualidad fueron dos de las provincias que más voluntarios aportaron al bando franquista), pero fracasó en Guipúzcoa y Vizcaya, donde cientos de sus militantes fueron asesinados junto a 59 religiosos, dato que se suele olvidar. Tras la Guerra Civil (1936-1939), se impuso una larga dictadura encabezada por el general Francisco Franco. Se proscribió a las izquierdas y al nacionalismo vasco, y se permitió que durante casi cuarenta años la cultura política de las derechas volviera a monopolizar el poder institucional en el País Vasco y Navarra, exactamente igual que ocurrió en el resto de España.
BIBLIOGRAFÍA
BARBERÀ, Oscar (2009): «Los orígenes de la Unión del Pueblo Navarro (1979-1991)», Papers, nº 92, pp. 143-169.
CANALES SERRANO, Antonio Francisco (2006): Las otras derechas. Derechas y poder local en el País Vasco y Cataluña en el siglo XX. Madrid: Marcial Pons.
FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, Javier (1995): «La derecha escamoteada. Desvanecimiento y reaparición de un espacio político en el País Vasco, 1975-1995», Leviatán, nº 61, pp. 5-26.
FUSI, Juan Pablo (1984): El País Vasco. Pluralismo y nacionalidad. Madrid: Alianza.
GRANJA, José Luis de la (2002): El nacionalismo vasco. Un siglo de historia. Madrid: Tecnos. (1ª ed.: 1995).
GRANJA, José Luis de la (2003): El siglo de Euskadi. El nacionalismo vasco en la España del siglo XX. Madrid: Tecnos.
LANDABEREA, Eider (2012): «“España, lo único importante”: el centro y la derecha española en el País Vasco», Historia del Presente, nº 19, pp. 53-68.
MOLINA, Fernando (2005): La tierra del martirio español. El País Vasco y España en el siglo del nacionalismo. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
MOLINA, Fernando (2008): «De la historia a la memoria. El carlismo y el problema vasco (1868-1978)», en VVAA: El carlismo en su tiempo: geografías de la contrarrevolución. Pamplona: Gobierno de Navarra.
MOLINA, Fernando (2009): «El nacionalismo español y la “guerra del Norte”, 1975-1981», Historia del Presente, nº 13, pp. 41-54.
ORELLA, José Luis (1996): «La historia de una relación turbulenta: carlismo y nacionalismo vasco», Aportes, nº 32, pp. 115-131.
ORELLA, José Luis (2003): Los otros vascos. Historia de un desencuentro. Bilbao: Grafite.
RIVERA, Antonio (2004): «El triángulo vasco. Precisiones, perfiles y evolución de una geometría política», Cuadernos de Alzate, nº 31, pp. 173-193.