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Allí donde se queman libros. La violencia política contra las librerías (1962-2018)

Sinopsis
En la fría madrugada del 15 de febrero de 1976 un joven se situó frente al escaparate de la librería El Parnasillo (Pamplona). Observó las obras que había expuestas, pero no tenía intención ni de comprarlas ni mucho menos de leerlas. Rompió el cristal, manchó los libros de pintura, los roció con líquido inflamable y luego les prendió fuego, igual que los nazis habían hecho en la Opernplatz de Berlín cuarenta y tres años antes. El que acababa de sufrir El Parnasillo no fue una rareza, sino uno de los cientos de atentados de los que han sido objeto librerías, ferias del libro, quioscos, editoriales y distribuidoras en España entre 1962 y 2018. Aquella bibliofobia violenta llevaba la firma de la ultraderecha, que se había reactivado durante la crisis terminal de la dictadura franquista, y en menor medida de ETA y su entorno juvenil. Por estas páginas desfilan radicales de toda índole que se dedicaron a odiar, amenazar, pintar, asaltar, destruir, disparar y quemar libros y librerías, así como salas de cine y otras manifestaciones culturales. Sin embargo, el presente trabajo no está dedicado a ellos, sino a los letraheridos, es decir, a quienes amaban y aman la literatura: escritores, lectores, editores, distribuidores, reseñadores, traductores, periodistas y, muy especialmente, libreros.

Primeras páginas

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Prensa

-El Progreso

-Vozpopuli

-La Vanguardia

-Eldiario.es

-La Tribuna del País Vasco

-Diario Vasco

-La SER

-El Mundo

Reseñas

-Sara Hidalgo en El Correo

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Presentación de «Memoria, imagen e historia. La segunda república española en el cine de ficción» (librería Cámara, Bilbao)

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Presentación de «Sobre el olvidado terrorismo vasco» en San Sebastián

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26 abril, 2023 · 8:55

Juan Avilés

Malas nuevas. Ha fallecido Juan Avilés, catedrático de la UNED, maestro de historiadores, decano en los estudios sobre terrorismo y, además, buena persona y gran amigo. El año pasado repasamos sus trabajos en el curso de verano de Soria. Aquí tienen la grabación del acto.

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Conferencia en Alcorcón

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13 abril, 2023 · 14:26

GFS: «Creyentes, perezosos y oportunistas», El Correo, 11-IV-2023

¿Por qué son tan populares las teorías de la conspiración? Psicólogos como Karen M. Douglas, Robbie M. Sutton y Aleksandra Cichocka señalan tres motivos. El primero, epistémico: reducen la incertidumbre, las contradicciones y el azar, ayudan a saciar la curiosidad y refuerzan la idea de que uno tiene razón. El segundo, existencial: rebajan la ansiedad y aumentan la sensación de seguridad y control. Y el tercero, social: construyen un grupo, lo cohesionan y proyectan una imagen positiva de quienes pertenecen a él. En ese sentido, el conspiranoico se ve como parte de un colectivo de iniciados que saben cómo funciona el universo, no como el resto de la sociedad, que sería demasiado cobarde, ingenua o manipulable.

A veces este tipo de especulaciones se ve favorecido por la dificultad de hallar datos fidedignos sobre un acontecimiento. Otras veces sí son accesibles, pero el sujeto no consigue comprenderlos o se niega a pensar críticamente. Como escribía Eric Hoffer en El fanático sincero, «es capacidad del verdadero creyente “cerrar sus ojos y sus oídos” a los hechos que no merecen ser vistos ni oídos, que es la fuente de su inigualada fortaleza y constancia». En ese aspecto, «la eficacia de una doctrina no debe juzgarse por su profundidad, sublimidad o por la validez de las verdades que encierra, sino por lo más o menos completamente que aísla al individuo de sí mismo y del mundo que lo rodea».

No todo el que divulga teorías de la conspiración es un verdadero creyente. Es habitual que junto a ellos encontremos a indolentes que no se molestan en contrastar la información y a cínicos que utilizan este tipo de relatos para beneficiarse a sí mismos o a una causa determinada.

Durante los últimos años hemos asistido al auge global de hipótesis conspirativas como las de QAnon (el supuesto enfrentamiento del «Estado profundo» de EEUU contra Donald Trump), el «gran reemplazo» (el imaginario intento de sustituir a los blancos cristianos por inmigrantes no europeos de otras confesiones) y el negacionismo de la pandemia de COVID-19 y las vacunas. Además de verse afectada por ellas, en España se detectan algunas particularidades. Por un lado, una versión autóctona de QAnon: el “expediente Royuela”. Por otro, la reactivación de tergiversaciones acerca del terrorismo que ya habían sido desmentidas por la justicia y la investigación académica.

Aunque en su momento hubo quien quiso presentarlo como un atentado de falsa bandera en el que estaban envueltos ETA, los servicios secretos de Marruecos y el PSOE, la masacre del 11M fue obra de una célula yihadista vinculada a Al Qaeda. Lo probaron la sentencia de la Audiencia Nacional, confirmada por el Tribunal Supremo, y el trabajo riguroso de expertos como Fernando Reinares. Ahora bien, una nueva generación ha recogido la antorcha conspiranoica de personajes como Luis del Pino. Véanse, por ejemplo, los vídeos y los actos que organiza la «tertulia» Terra Ignota.

Ha ocurrido algo similar con una de las teorías de la conspiración que pergeñaron ETA y su entorno: la de que las FCSE habrían regado Euskadi de droga para acabar con la «combatividad» de la juventud vasca. El mito, que carecía de cualquier fundamento (como si la epidemia de heroína no hubiese golpeado al resto de España y del mundo occidental en los años setenta y ochenta), fue desmontado por libros serios y documentados como los de Juan Carlos Usó, Pablo García Varela y Álvaro Heras-Gröh.

Por supuesto, los avances de la historiografía no impiden que la maquinaria propagandística del nacionalismo radical siga repitiendo los mismos bulos año tras año. Resulta más sorprendente que los hagan suyos Juan Carlos Monedero o Edurne Portela, quien ha afirmado en estas mismas páginas (12/03/2023) que el largometraje ‘El pico’ (Eloy de la Iglesia, 1983) establece «un hilo sutil pero innegable entre la irrupción de la heroína en Bilbao y las actuaciones antiterroristas de la guardia civil». No dejes que la realidad histórica te estropee una buena película.

Impulsadas por la fe del creyente, la pereza mental o la instrumentalización oportunista, las teorías de la conspiración ofrecen explicaciones tan fantasiosas como fascinantes a fenómenos complejos. Por desgracia, algunas de ellas han provocado tragedias: los problemas de salud pública del negacionismo del COVID, el rebrote del terrorismo ultraderechista o los intentos de golpe de estado tras las elecciones de EEUU y Brasil. Y es que ciertas mentiras suponen una amenaza no solo para la verdad, sino también la seguridad y la democracia. Por eso es tan importante que, antes de asumirlas y difundirlas, nos informemos bien. Es nuestro deber como ciudadanos.

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Presentación de «Sobre el olvidado terrorismo vasco» en Vitoria

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11 abril, 2023 · 15:01

Presentación de «Sobre el olvidado terrorismo vasco» en Bilbao

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11 abril, 2023 · 15:00

GFS: «25 años del Acuerdo de Viernes Santo», The Objective, 7-IV-2023

Siguiendo el esquema del politólogo David C. Rapoport, la tercera oleada internacional de terrorismo se inició durante los años sesenta del pasado siglo. La lista de asesinatos se inauguró en Irlanda del Norte: en 1966 la lealista Ulster Volunteer Force (UVF) causó su primera víctima mortal. El IRA Provisional hizo lo propio en 1969, un año después de que ETA asesinara al guardia civil José Antonio Pardines y prácticamente a la vez que los Tupamaros uruguayos y los neofascistas italianos. Los Montoneros argentinos comenzaron a matar en 1970, la RAF alemana en 1971, el FRAP en 1973, las Brigadas Rojas en 1974 y los GRAPO en 1975. 

De acuerdo con la Global Terrorism Database, que comienza a contar desde 1970, entre tal fecha y 1989, es decir, mientras duró la tercera oleada, el terrorismo arrebató la vida a 75.310 personas y causó lesiones a otras 56.932 a lo largo del planeta. En ese mismo periodo se registraron en el Viejo Continente 4.945 víctimas mortales y 9.049 heridos. El país europeo que acumuló más damnificados fue Gran Bretaña, aunque la absoluta mayoría de ellos se concentraba en una sola región: el Ulster. 

Durante más de tres décadas Irlanda del Norte fue escenario del enfrentamiento armado entre organizaciones terroristas de orientación nacionalista pero de signo contrario. Por un lado, las bandas de corte republicano, como el IRA Provisional, el IRA Oficial o el INLA, que exigían que la República de Irlanda se anexionase aquella zona. Por otro, las de corte lealista que defendían que el Ulster permaneciese dentro de Reino Unido: UVF, UFF… Los atentados que cometieron todos estos grupos, el más letal de los cuales fue el IRA Provisional, arroja un saldo de alrededor de 3.700 víctimas mortales y 47.000 heridos, entre los que se incluyen aquellos con secuelas psicológicas. Por supuesto, los terroristas conformaban minorías muy radicalizadas, pero su violencia sectaria, eufemísticamente conocida como The Troubles (Los Problemas), afectó al conjunto de la sociedad norirlandesa y consolidó su división interna en dos comunidades religioso-identitarias: la católica y la protestante.  

Fruto de la progresiva debilidad de las bandas terroristas, del hartazgo social, de la voluntad de los gobiernos británico e irlandés y del consenso de todos los partidos políticos, la firma del Acuerdo de Viernes Santo (The Good Friday Agreement) en abril de 1998 puso fin oficialmente a The Troubles. (Aunque no de manera inmediata: el IRA Provisional no anunció su desarme hasta 2005). Empezaba así una nueva y esperanzadora etapa que ha permitido innegables mejoras en la vida diaria de sus habitantes. Lejos de parecer casi una zona de guerra, como antaño, ahora la región muestra una fachada más próspera, moderna y atractiva.  

Sin embargo, todavía quedan heridas sin cicatrizar. Las más sangrantes son las de las víctimas, representadas en asociaciones como South East Fermanagh Foundation, a las que nunca se ha dado voz, que han recibido unas indemnizaciones ridículas y que han visto como a los perpetradores de la violencia se les concedía una amnistía encubierta. Impunes, los terroristas no solo no han pagado por sus crímenes ni han mostrado arrepentimiento público, sino que muchos de ellos han sido enaltecidos como héroes, gozan de prestigio y ocupan puestos de poder. Además, los partidos herederos de las bandas republicanas y lealistas siguen defendiendo que los atentados estuvieron justificados. Precisamente los dos más importantes, el Sinn Féin (con el 29% de los votos) y el Democratic Unionist Party (con el 21%), han sido las formaciones que más papeletas recibieron en las elecciones parlamentarias de mayo de 2022, lo que complica la gobernabilidad de Irlanda del Norte. A esa difícil combinación entre republicanos y unionistas hay que sumar el complejo legado del Brexit y la cuestión de la frontera con la República de Irlanda, asunto que recientemente parece haberse encarrilado con “El Marco de Windsor”.  

Después de un cuarto de siglo, en Irlanda del Norte la sociedad continúa dividida en dos partes que viven una al lado de la otra, pero apenas se mezclan. Los niños siguen yendo a colegios segregados, lo que les impide relacionarse con compañeros de la otra comunidad. Aunque el centro de Belfast es tierra de nadie, los barrios católicos y protestantes están separados por los Peace walls (Muros de la paz), otra perífrasis. Por la noche, obedeciendo a una especie de toque de queda, los portones se cierran y los vecindarios quedan aislados. El visitante no necesita preguntar por la adscripción político-religiosa del sector. Se lo revelan las banderas que cuelgan de farolas y ventanas, los letreros de las calles, los monumentos en recuerdo de los “caídos” y los murales que cubren algunas paredes: si se exige la “unidad” de Irlanda y se glorifican a las distintas ramas del IRA, especialmente a la provisional, estamos en un barrio católico; si se exalta el pasado británico o a las bandas lealistas, en uno protestante. El mensaje está claro: asesinar estuvo bien. 

Para algunos todavía lo está. Al contrario de lo que dan a entender los discursos institucionales y la escasa información que nos llega al resto de los europeos, si bien se redujo notablemente, la violencia sectaria no se detuvo en abril de 1998. Según las estadísticas oficiales que facilita el Servicio de Policía de Irlanda del Norte (PSNI), desde esa fecha hasta febrero de 2023 se han producido 2.706 tiroteos y 1.666 bombas han explotado o han sido desactivadas por los agentes de la ley. En total, durante los últimos 25 años los disidentes lealistas y republicanos, encuadrados en grupúsculos terroristas como el Nuevo IRA, han asesinado a 156 personas y han herido a otras 3.169. Solo desde abril de 2022 a febrero de 2023, se han registrado 36 tiroteos y 6 artefactos explosivos, que han dejado un saldo de una víctima mortal y 37 lesionados. Uno de los heridos es el policía John Caldwell, al que el pasado febrero dos pistoleros del Nuevo IRA intentaron asesinar en Omagh cuando salía de entrenar al equipo de fútbol de su hijo. La acumulación de casos ha llevado al Gobierno británico a elevar la alerta terrorista a “severa” y a considerar la amenaza de un nuevo atentado como “altamente probable». 

La cifra de delitos violentos puede dar la impresión de que las autoridades han dejado de perseguir a los disidentes, pero no es así. El Servicio de Policía de Irlanda del Norte y otras agencias hacen su trabajo y lo hacen bien. Desde el año 2.000 hasta ahora se han detenido a 3.606 sospechosos de actividades terroristas. También se han incautado cantidades considerables de armas de fuego, municiones y explosivos. Por añadidura, las circunstancias son adversas para los disidentes de uno u otro signo: carecen de aliados internacionales, de apoyos políticos y de respaldo social. El Nuevo IRA tampoco puede contar con el “santuario” del que las organizaciones republicanas disfrutaron en la República de Irlanda en ciertos momentos. Quienes sueñan con reactivar la espiral de violencia sectaria en el Ulster están solos y parecen destinados al fracaso. Al menos en un futuro cercano.  

Ahora bien, existe otro problema de fondo, que quizá llegue a ser un peligro a largo plazo: en Irlanda del Norte no se ha implementado un plan de prevención de la radicalización para los más jóvenes. Las instituciones no han construido un centro memorial público, ni han elaborado un programa educativo específico ni han llevado a los centros escolares el testimonio de las víctimas del terrorismo. Ese tipo de pasos, que sí se están dando en España, serían la mejor vacuna para desactivar el caldo de cultivo de la violencia sectaria e inmunizar a todos aquellos que tuvieron la suerte de no experimentar The Troubles, pero a los que tarde o temprano los extremistas intentarán convencer de que el fin patriótico justifica los medios sangrientos. Como escribía el superviviente del Holocausto Primo Levi, “lo sucedido puede volver a suceder, las consciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también”. 

Fuente: The Objective

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Exposición Memorial

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28 marzo, 2023 · 18:07