GFS: «Hijos de los vencedores», El Mundo, 10-VI-2024

El 19 de junio de 1937 el Ejército franquista tomó Bilbao. Como en otras instituciones, el nuevo Ayuntamiento nombró una comisión para examinar los expedientes de sus 1.914 empleados. Aritz Ipiña explica en la revista Historia Contemporánea que “la metodología de la primera corporación franquista para depurar a su personal fue la de basarse en la delación de los compañeros y compañeras completamente derechistas o tradicionalistas que trabajaban en los respectivos cuerpos de los purgados”.

Como resultado, se lee en la Bilbaopedia, fueron destituidos o sancionados 1.444 trabajadores municipales. Bastaba con que hubieran huido de la villa o con que fueran considerados simpatizantes de los sindicatos y los partidos republicanos, izquierdistas y nacionalistas vascos. El 58,52% de la plantilla fue despedida, al 16,72% se le redujo el sueldo y al 0,94% se la prejubiló. Además, nueve funcionarios locales fueron fusilados tras un consejo de guerra y otros cuatro fueron asesinados sin juicio.

Los conservadores, monárquicos, carlistas y falangistas, que suponían el 21,89% del personal, mantuvieron sus puestos. El 5 de agosto el Ayuntamiento de Bilbao publicó una lista de empleados en los que no se había descubierto “ningún motivo que pueda implicar desafección al Glorioso Movimiento Nacional, ni actuación alguna anti-patriótica”:

Entre ellos se encontraba Asunción Ortiz Isla. Varios testimonios corroboran que se trataba de una firme partidaria del régimen. No obstante, sería injusto olvidar su faceta profesional. Como observa Begoña Villanueva en la Revista de la Asociación de Amigos del Telégrafo, fue una pionera: la primera mujer telefonista del Ayuntamiento. Desempeñó esa función desde diciembre de 1927 hasta su jubilación.

Gracias al blog Azul Bilbao 1933, hemos comprobado que el 11 de agosto de 1937, a los seis días de que se revalidase la plaza de Asunción Ortiz, el diario falangista Hierro (Bilbao) rogó “encarecidamente” a los nuevos militantes que pasasen “urgentemente” a recoger sus carnés de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, el partido único de la dictadura. En la lista figuraba José Antonio Echevarrieta Carrera. Iñaki Fernández, autor de El fascismo vasco y la construcción del régimen franquista, me indica que su afiliación no implica necesariamente que Echevarrieta fuese un ferviente falangista. Ahora bien, teniendo en cuenta las fechas, sí cabe deducir que las autoridades no lo juzgaban desleal al “Movimiento”. Según Begoña Villanueva, trabajó como agente comercial y como traductor en la biblioteca municipal.

No tenemos más datos sobre su trayectoria política y profesional. Sí, en cambio, sobre su historia familiar. José Antonio Echevarrieta se casó con Asunción Ortiz en la basílica de la Virgen de Begoña en mayo de 1936. El matrimonio tuvo cuatro hijos, que pudieron estudiar en colegios religiosos y posteriormente cursar una licenciatura en la universidad. A pesar de las duras condiciones de la posguerra, se trataba de una familia de clase media.

José Antonio Echevarrieta Carrera falleció en marzo de 1957. No sabemos si su temprana desaparición influyó de alguna manera en la evolución ideológica de sus hijos. Dos de ellos serían importantes líderes de ETA en la segunda mitad de la década de los sesenta: José Antonio y Francisco Javier (Txabi) Echebarrieta. Resulta sintomático que escribieran así su primer apellido.

Diez años después de la muerte de su padre, en marzo de 1967, Txabi presidió la segunda parte de la V Asamblea de la organización, que adoptó como ideología el “nacionalismo revolucionario”. Patxo Unzueta lo definió como “una combinación entre radicalismo aranista y una especie de populismo marxista sui generis”. El objetivo de ETA ya era no solo la independencia de una Gran Euskadi que se anexionase Navarra y el País Vasco francés, sino también sustituir la dictadura franquista por otra de corte socialista. Y el medio para lograrlo consistía en provocar una represión masiva sobre la población.

En la V Asamblea también se estableció que “la oligarquía de origen vasco” era “objetivamente extranjera y opresora”. En 1968 Txabi Echebarrieta marcó a una de las grandes familias que la componían: los Ybarra. Entre sus miembros señaló el nombre de Javier de Ybarra y Bergé, el alcalde de Bilbao y, por consiguiente, el jefe de su madre. Sería asesinado en 1977.

A principios de junio de 1968 la dirección de ETA decidió matar a Melitón Manzanas y José María Junquera, los responsables de la Brigada de Investigación Social de San Sebastián y Bilbao. El día 7 de ese mes Txabi Echebarrieta y su compañero Iñaki Sarasketa se adelantaron al plan y asesinaron a José Antonio Pardines, un guardia civil que regulaba el tráfico en el término de Aduna (Guipúzcoa). Aquel joven gallego se convirtió en la primera de las 853 víctimas mortales de la banda.

Unas horas después Sarasketa y Echebarrieta se enfrentaron a tiros con una pareja de la Benemérita. El primero huyó. El segundo fue herido y falleció en el Hospital de Tolosa. Como analizamos en la obra Las raíces de un cáncer, ETA elevó a Txabi Echebarrieta a la categoría de “Primer Mártir de la Revolución”. Hoy la izquierda abertzale pretende que el Gobierno Vasco lo reconozca como víctima y le tribute homenajes oficiales.

El núcleo de las tropas franquistas que tomaron Bilbao en junio de 1937 estaba formado por los requetés navarros. Precisamente fueron voluntarios de la 5ª Brigada de Navarra los que arriaron la bandera republicana y colgaron la rojigualda de la casa consistorial. Como “merecida exaltación de la provincia hermana, ejemplo de lealtad a la Patria, de desinterés, de heroísmo y de sacrificio”, el nuevo Ayuntamiento renombró la calle de la Estación como calle de Navarra. Aún conserva dicha denominación.

Uno de los carlistas navarros que participaron en la Guerra Civil se llamaba Jesús Izco Anocíbar. Su hijo, el militante de ETA Xabier Izko de la Iglesia, fue condenado a muerte en el proceso de Burgos (diciembre de 1970) como autor material del asesinato de Manzanas (agosto de 1968), un donostiarra que había luchado en el mismo bando que Jesús Izco Anocibar durante la contienda.

La familia de Xabier Izko pidió clemencia al dictador por medio de una carta que estaba avalada por el ministro de Justicia Antonio María de Oriol, un carlista de Guecho (Vizcaya). El principal argumento que emplearon fue el historial bélico del padre, “voluntario en la Cruzada, en un Tercio de Requetés de Navarra”, que resultó “herido en campaña”. Es imposible calcular qué peso específico tuvo aquella misiva, ya que el vicepresidente Luis Carrero Blanco también se mostró favorable al perdón para, en sus palabras, no “crear ‛mártires’”. Sea como fuere, el Gobierno conmutó la pena máxima a los seis condenados.

La izquierda abertzale todavía se aferra al relato del secular “conflicto”. Reinterpreta la Guerra Civil como la enésima invasión de Euskal Herria por parte de los españoles, término que considera sinónimo de fascistas. En cambio, todos los vascos eran gudaris nacionalistas. Desde su perspectiva, la dictadura fue un régimen extranjero, sin apoyos internos, que pretendía borrar de la faz de la tierra a la nación vasca. Solo el sacrificio de héroes y mártires de ETA como Txabi, que recogieron el testigo de los gudaris, evitó el genocidio.

Sin embargo, los antecedentes familiares de los hermanos Echebarrieta y de Izko, al igual que los de Isidro Garalde (Mamarru), Francisco Múgica Garmendia (Pakito) y tantos otros etarras, demuestran que la narrativa del “conflicto” no es más que una patraña. Por supuesto, igual de falsa que la de la “Cruzada” que imponía el nacionalcatolicismo. Ambos relatos ocultan unos hechos y manipulan otros para que sean patrióticamente correctos. No obstante, aunque lo sigan intentando a base de martillazos, la historia jamás encajará en los estrechos márgenes de una doctrina política.

Empezando en 1938, cada 19 de junio las autoridades conmemoraron la entrada del Ejército franquista en Bilbao con la “Fiesta de la Liberación”. El último acto tuvo lugar en 1976. El 19 de junio de 1977 no hubo celebración porque cuatro días antes la ciudadanía había ejercido su derecho al voto en las primeras elecciones desde la II República. No nos liberaron ni el franquismo ni ETA. Los vascos, como el resto de españoles, nos liberamos por medio de la democracia.

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Una respuesta a “GFS: «Hijos de los vencedores», El Mundo, 10-VI-2024

  1. arraldi

    Excelente artículo

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