Telesforo Monzón fue un dirigente del PNV que formó parte del primer Gobierno vasco como consejero de Gobernación. Cuando el 4 de enero de 1937, tras un bombardeo franquista, se produjo el asesinato de 224 prisioneros derechistas en Bilbao, Monzón, de quien dependía la custodia de las cárceles, actuó tarde e ineficazmente, razón por la que ha sido considerado el principal responsable político de la matanza. También lo entendió así la dirección del PNV que solicitó su cese como consejero, a lo que el lehendakari José Antonio Aguirre se negó. Durante la dictadura, frente a la opción republicana mayoritaria en el PNV, Telesforo Monzón, de familia aristocrática, fue el líder jeltzale que más insistió en la restauración monárquica en la persona de don Juan de Borbón. El filorrepublicanismo de la dirección del PNV le hizo dimitir del Gobierno vasco en 1953.
La aparición de ETA le hizo dar un giro de 180º convirtiéndose en su máximo valedor dentro del PNV y después fuera. Manipulador de emociones, poeta aficionado y propagandista de las razones del terrorismo, algunas de sus composiones se han convertido en himnos del nacionalismo vasco radical. La glosa biográfica sobre Monzón publicada por Martín Garitano, actual Diputado General de Gipuzkoa, en Gara, demuestra que su figura (con las pertinentes omisiones sobre los detalles más controvertidos de su trayectoria política, como su presuntas conversaciones con los conspiradores antes de la sublevación franquista) sigue pesando en la «izquierda abertzale». De cualquier manera, lo que aquí nos interesa es la forma en que manipulaba el recuerdo de los gudaris de la Guerra Civil, dando una versión mitificada de los mismos, para vincular su figura heroica a la de los que llamaba «los gudaris de hoy», los etarras. Era su forma de legitimar historicamente los atentados de ETA. Un buen ejemplo es este fragmento, dedicado al comandante Cándido Saseta, muerto en plena batalla:
Dantza ta Guda mendi goietan…
Aupa mutillak! Aurrera!
Bakea baitegu biotzetan,
ez degu iltzeko beldurra!
Euskalerri’ko mutil gazteak,
—Aingeru, naiz ta Gudari—
gorroto gabe yausiak dira
mendigoietan kantari!
El lingüista Koldo Mitxelena, demócrata comprometido, intelectual lúcido y militante del PNV, respondió a estos versos en un célebre artículo que merece la pena recordar, ya que todavía se continua tergiversando ciertos datos y mitificando a los gudaris («De prosa y de versos», Muga, nº 2, 1979):
«Lo malo es que no me reconozco en el retrato ni reconozco en él a mis compañeros a causa de un puñado de discrepancias de bulto, que enumero sin ánimo de ser completo, que el comentario de estos ocho versos bien podría llenar un volumen entero. 1. La alusión a la danza en el frente sólo podría entenderse como una burla macabra, y al caer no se canta (sólo los ángeles tienen alas, según el título que anda por ahú y, por no tenerlas, no las tenían ni nuestros aviadores), sino que a lo sumo se balbucea algo que anda entre maldición y plegaria. 2. A decir verdad, y podemos decirla ya que se trata de un secreto a voces, era más fácil vernos retroceder que avanzar. 3. Los que avanzaban, aunque no solos, eran otros muchachos de Euskal Herria (Nafarroa Euskadi da) que, por las razones que sea, luchaban como cruzados del fascismo español e internacional. 4. No solamente he tenido miedo a morir, hasta con sufijo partitivo, sino que sudaba pesadillas con sólo pensar que algunas de las innumerables partes útiles y sensibles que componen nuestro cuerpo pudiera sufrir daño o perjucio. En resumen, que el frente visto desde los sótanos de la Bilbaína quedaba un tanto desdibujado. Y también que, si nos permitiéramos licencias tan exorbitantes con la gramática, el metro y los hechos, todos seríamos escritores y hasta poetas».
Una diferencia crucial entre Mitxelena y Monzón era que el primero había sido gudari y el segundo nunca lo fue. Otra consistía en que Mitxelena era mucho más humilde que Monzón, sobre quien Lezo de Urreiztieta llegó a decir «tiene ese don de hablar bien y ese intento de aparecer siempre en primera fila. Es la historia del que ocupa un lugar destacado en el entierro de un muerto y, sin embargo, está negro porque le gustaría ser el muerto» (Muga, nº 4, III-1980).
Merece la pena y esta bien traído, según yo lo veo… Salud, Gaizka. Mikel-Tar
El 18/09/2014, a las 19:34, Gaizka Fernández Soldevilla escribió:
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