Nació en la localidad pesquera de Malpica de Bergantiños (La Coruña) el 1 de junio de 1943. Su madre, redeira de profesión, falleció joven. Fue criado, junto a sus dos hermanos pequeños y un primo, por su tía. Para que los demás pudieran estudiar, él tenía que traer dinero a casa. Con apenas 19 años renunció a su sueño de convertirse en jugador profesional de fútbol: cambió las botas del equipo Victoria de San Lázaro por el uniforme verde de la Guardia Civil, cuerpo en el que había servido su abuelo y en el que seguía en activo su padre. Su otra gran afición, el motociclismo, le llevó a ingresar en la Agrupación de Tráfico, unidad en la que se le permitiría montar en moto. En enero de 1966, tras pasar por Barcelona y Oviedo, fue destinado a San Sebastián. Solicitó el traslado a Asturias en dos ocasiones, pero en febrero de 1968 pidió quedarse en la capital guipuzcoana. Como apuntan José Antonio Pérez y Javier Gómez, es probable que aquella decisión estuviese motivada por el inicio de una relación sentimental con una chica llamada Emilia. La breve biografía de José Antonio Pardines Arcay terminó el viernes 7 de junio de 1968, cuando ETA escribió el punto final.
Si esa jornada no le hubiese tocado trabajar en el turno de tarde, tal vez todavía estuviera vivo. Hoy Pardines sería un jubilado de 75 años, que habría podido casarse, formar una familia, visitar Malpica cada verano, asistir al final de la dictadura, votar en unas elecciones democráticas, celebrar las dos ligas y la Copa del Rey que en los ochenta ganó la Real Sociedad e incluso aprender a utilizar internet. Nada de esto llegó a suceder. Solo es historia contrafactual, es decir, una imaginativa respuesta a la pregunta “¿Qué hubiera pasado si…?”. Sin embargo, este ejercicio de abstracción nos sirve para vislumbrar el enorme hueco que una víctima mortal del terrorismo deja a su alrededor: los amigos que no hizo, la boda que no se celebró, los hijos y nietos que no tuvo; en definitiva, las ondas de su ausencia.
A las 17:30 de ese fatídico día, Pardines estaba regulando el tráfico en la desviación de la carretera Nacional I Madrid-Irún, que estaba en obras, dentro del término de Aduna. No sabemos por qué, pero siguió e hizo señas a un Seat 850: el vehículo robado en el que dos miembros de ETA, Txabi Echebarrieta e Iñaki Sarasketa, se dirigían a Beasain a recoger explosivos. Se detuvieron a la altura del kilómetro 446,5. El agente les pidió el permiso de circulación. Con él en la mano, pudo comprobar que los datos no coincidían con el número del bastidor. Expresó su extrañeza en voz alta. Y esas fueron sus últimas palabras. Inmediatamente recibió cinco tiros. Murió en el acto.
La propaganda de ETA presentó el asesinato como una especie de duelo del salvaje oeste: Pardines habría intentado desenfundar su arma sin previo aviso, por los que los etarras no habrían tenido más remedio que actuar en defensa propia. Pese a que los apologetas del terrorismo la continúan repitiendo, no es más que una burda mentira. Por un lado, ningún testigo directo -tampoco Sarasketa- avaló dicha versión, inventada muy lejos del lugar de los hechos. Por otro, lo único que se encontró junto a la mano derecha del agente fue la documentación del coche: la funda de su pistola reglamentaria seguía abrochada.
Iñaki Sarasketa afirmó que Txabi Echebarrieta fue el único que disparó a Pardines. Ahora bien, las pruebas plantean dudas acerca de sus declaraciones. El cadáver presentaba cinco heridas de bala en el torso y en la escena del crimen se hallaron tres casquillos y dos proyectiles del calibre nueve milímetros parabellum, así como dos casquillos y dos proyectiles de 7,65 milímetros. El primer calibre corresponde al de la pistola Astra, modelo 600-43, de Echebarrieta. El segundo al de la Astra Falcón de Sarasketa.
En uno de sus últimos comunicados, ETA remontaba el origen de la violencia a “las llamas de Gernika”. En cierto sentido, acertaba: las armas de Echebarrieta y Sarasketa fueron producidas en la fábrica guerniquesa Astra, Unceta y Compañía. El nacionalismo radical ha convertido el Astra 600-43 en un símbolo: habría sido empuñada por un gudari durante la Guerra Civil, luego habría hecho la guerra de Argelia y finalmente la habría heredado Echebarrieta, último eslabón de la heroica cadena. Se trata de otra leyenda. Jesús Casquete ha descubierto que la producción de ese modelo fue ordenada en 1943 por la Wehrmacht, el mismo ejército nazi al que pertenecía la Legión Cóndor que había bombardeado Gernika en 1937. De cualquier modo, conviene recordar que el terrorismo no comenzó por dicho ataque, sino por la voluntad de ETA.
El funeral de Pardines se celebró en Malpica. Una multitud acudió a darle el último adiós. Y después, medio siglo de olvido. Por encargo del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, en su sondeo de octubre de 2017 el Euskobarómetro incluyó una pregunta inédita: ¿Quién fue la primera víctima mortal de ETA? Solo acertó el 1,2% de las seiscientas personas encuestadas. Casi el 20% dio una respuesta errónea. El resto reconoció que no lo sabía.
Ojalá, si volvemos a hacer esta pregunta, los resultados sean diferentes.
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