GFS: «Y tú más», El Correo, 28-III-2021

Una de las estratagemas que emplean ciertas personas cuando debaten sobre temas que les resultan embarazosos consiste en interrumpir bruscamente la conversación para desviarla hacia derroteros en los que se sienten más cómodos. El escenario, el tema y la terminología pueden variar. No obstante, si afinamos el oído, nos daremos cuenta de que la melodía es la misma: el equivalente adulto al infantil “y tú más”.

Un psicólogo lo identificaría como razonamiento motivado y un maestro de retórica como falacia ad hominem del tipo Tu Quoque (tú también). En resumen: Alguien nos critica a nosotros (o a quien consideramos los “nuestros”) por realizar X e inmediatamente le acusaremos a él (o a los “suyos”) de que también ha realizado X, con lo que se llega a un empate, cuando no al enfrentamiento. Como es evidente, así es imposible establecer una comunicación productiva.

Hay campos abonados para los “y tú más”. Antaño lo fueron la religión y la política. Hogaño, el fútbol, la pandemia de COVID-19 y… la política. También son frecuentes cuando se abordan las páginas más oscuras de nuestro pasado. Nunca falta quien pretenda emborronarlas o pasarlas a toda prisa mediante esta clase de ardides. Así, cuando se habla de las víctimas que causó el bando franquista en la Guerra Civil y la dictadura, no es raro que alguien objete a sus interlocutores: ¿Y la matanza de Paracuellos? ¿Y los derechistas, empresarios, sacerdotes, monjas y frailes torturados y ejecutados por los republicanos? ¿Por qué ellos no importan? En otras ocasiones, al tratar sobre las personas asesinadas, heridas, secuestradas, extorsionadas, amenazadas o desterradas por ETA, una voz acusa al resto de contertulios de estar encubriendo, cuando no justificando, la “guerra sucia”. ¿Y los crímenes de los GAL? ¿Y las torturas? ¿Acaso estáis a favor del “terrorismo de Estado”?

Pese a que se refieren a episodios diferentes, el resultado de tales intervenciones suele ser similar. Al final, el diálogo acaba dinamitado. El disruptivo ha logrado que ya no se hable del asunto que le perturbaba y/o avergonzaba. Sus creencias parecen quedar a salvo. Las disputas con compañeros de trabajo, amigos y familiares no son plato de buen gusto. Para evitarlas, vamos dejando aparcados determinados temas hasta que se transforman en tabú. Es el primer paso del camino que conduce a la espiral de silencio.

Por supuesto, no se trata de una anomalía española, sino de la versión local de un fenómeno universal. En esto, como en casi todo, actuamos exactamente igual que el resto de la humanidad. Valga como muestra el Holocausto. Todavía hoy hay quien, cuando sale a relucir el asesinato sistemático de millones de personas por parte del III Reich y sus satélites, lanza contraofensivas tanto en las redes sociales como en el mundo real. ¿Cuál es el propósito de criminalizar al pueblo alemán? ¿Blanquear los crímenes de los Aliados? ¿Y las violaciones cometidas por los soldados del Ejército Rojo? ¿Y el bombardeo de Dresde?

Muchos de quienes muestran este tipo de conductas disruptivas actúan por tacticismo. Saben muy bien lo que hacen. Quieren evitar que sus interlocutores desarrollen una evidencia histórica que les obligaría a revisar sus relatos maniqueos (la “Cruzada”, el “conflicto vasco”, la “lucha de razas”, etc.), así que utilizan a los damnificados como mecanismo de defensa.

Cuando no contamos con la buena intención del hablante hay poco que hacer. Es más, corremos el riesgo de caer en la provocación y pasar al contrataque, llegando a minusvalorar a unos damnificados concretos. Sería un error. Más recomendable resulta recordar en voz alta las palabras de Reyes Mate: “si alguien reconoce a una víctima, tiene que reconocer a todas”.

Con la misma firmeza hay que rechazar que se mezcle a todos los damnificados en un único debate. Hacerlo provocaría confusión, borraría el significado de quienes han sufrido y difumaría la culpabilidad de los perpetradores hasta llegar a la tabula rasa. Debemos poner el foco sobre la complejidad e individualidad de cada caso. Hay tiempo y espacio para todo.

También para el optimismo. Estoy convencido de que a bastantes de los que se escudan en el “y tú más” no les mueve el interés, sino la ignorancia. Hay una cura para ese problema: aprender lo que realmente ocurrió. Aquí entran en juego tanto el historiador, que investiga y explica las distintas formas de victimización en su contexto sin establecer una jerarquía moral entre unos y otros damnificados, como el educador y el divulgador, que transmiten dicho conocimiento. Añádase a la fórmula un complemento procedimental: el valor para participar en el debate sin propósitos ni prejuicios. Y esa tarea nos corresponde a todos.

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