Reproductor musical de la Biblioteca Digital Hispánica
Una joya que les recomiendo.
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Una joya que les recomiendo.
La calidad de las obras sobre la historia del pasado reciente del País Vasco es muy heterogénea. Aunque su número no es tan elevado como nos gustaría, contamos con trabajos notables, escritos con método, rigor y profesionalidad. Pero la escasez de obras historiográficas propiamente dichas se ve agravada porque en el ámbito vasco les ha surgido una seria competidora: la literatura histórica. José Luis de la Granja lo explica mejor que yo: «una cosa es la historiografía militante y partidista, sea laudatoria o denigratoria del nacionalismo, y otra muy distinta es la historiografía sustentada en una investigación objetiva de las fuentes y una metodología científica a cargo de historiadores profesionales, en su mayoría profesores universitarios. En puridad, el nombre de historiografía se debería reservar en exclusiva para esta última, mientras que a aquélla la denominamos literatura histórica».
El uso partidista de la historia, su instrumentalización y manipulación, no es monopolio de ninguna ideología concreta. En el caso vasco encontramos ejemplos tanto de literatura histórica antinacionalista, que ha tenido un claro resurgir en los últimos años, sobre todo de mano de periodistas, como ultranacionalista, que es en la que me centro aquí. Ha sido certeramente descrita por Santiago de Pablo como «historiografía nacional-revolucionaria, muy parcial y preñada de lugares comunes, en las que ETA aparece siempre como un movimiento salvador de una Euskadi oprimida no solo por la dictadura, sino también por España y por el capitalismo». En ese sentido, cada libro es un nuevo capítulo que añadir a la saga narrativa del «conflicto vasco». A pesar de su escasísima calidad y de su evidente propósito publicitario, lo cierto es que la literatura ultranacionalista cuenta con bastante difusión social gracias a la compleja y eficiente industria cultural que ha construido la «izquierda abertzale»: asociaciones «por la memoria histórica» (Euskal Memoria, Ahaztuak 1936-1977, etc.), editoriales (Txalaparta), medios de comunicación (Gara, etc.), una red de librerías, etc. Y, por supuesto, un público lector entregado y dispuesto a leer (y asumir) cualquier cosa que confirme sus creencias y prejuicios, que legitime su apuesta por una opción determinada: el nacionalismo vasco radical. Da igual que la obra carezca de fuentes, esté claramente sesgada o no resista un mínimo análisis crítico. No estamos en el universo de la razón, sino en el de los sentimientos y emociones.
Dentro de la larga lista de escritores de literatura histórica ultranacionalista hay que distinguir dos categorías. En primer lugar hay una mayoría de propagandistas, entre los que cabe citar a Iñaki Egaña Sevilla, José Antonio Egido, Iker Casanova, Luis Núñez, Eduardo Renobales o Txema Urrutia. Se distinguen no solo por desconocer la metodología básica del historiador, sino también por despreciar abiertamente a la historia como disciplina y más cuando tiene alguna relación con la universidad. Por descontado, eso no obsta para que se aprovechen de sus avances, plagiando (literalmente) a los historiadores profesionales, a los que, sin embargo, raramente citan (en realidad, casi nunca citan a nadie ajeno a su minúsculo e intelectualmente autárquico círculo). Lo suyo es apuntalar (o inventar o incluso reinventar) los mitos abertzales. La verdad, a su modo de ver, no tiene que ver con la ciencia, sino con la fe… en Euskal Herria, una patria que es inmemorial y que lleva siglos sojuzgada por el «Estado español». Y, si los documentos dicen lo contrario, qué les zurzan a los documentos. Quien dude de las máximas patrióticas sencillamente se coloca en el bando de los opresores, o sea, es un «fascista». Evidentemente con los propagandistas, que nunca escuchan ni tienen dudas, no cabe ningún debate historiográfico.
Pero no es justo clasificar a todos los productores de literatura histórica ultranacionalista como simples apologetas. Hay una minoría de historiadores y/o cronistas que dominan los rudimentos del oficio. Me refiero, entre otros, a Francisco Letamendia (Ortzi), Emilio Majuelo y José María Lorenzo Espinosa. Gracias a su aparente corrección formal y metodológica, sus obras han de inscribirse en una categoría superior a la de los propagandistas. Desde luego, tienen más calidad. Resultan útiles y son de obligada lectura para quien pretende tratar en serio la historia de ETA y el nacionalismo vasco radical. Mas hay que tener cuidado y comprobar detenidamente algunas de sus afirmaciones antes de darlas por válidas, ya que los cronistas escriben con la misma parcialidad que los panfletos de sus primos: el impulso que en el fondo les guía es hacer patria, no hacer historia. No hay que olvidarlo nunca.
PS: Al César lo que es del César. Por un lado, Letamendia se avino a concederme una (eso sí) breve entrevista para realizar mi tesis doctoral. Sus obras, aunque hay que tomarlas con precaución, me han sido provechosas en mis investigaciones, sobre todo para hacerme una idea general al principio, cuando estaba un tanto perdido. Por otro lado, Lorenzo Espinosa, que fue mi profesor en la Universidad de Deusto, ha escrito algunos libros rigurosos, además de literatura histórica, y sería injusto meter a todas sus publicaciones en el mismo saco. Guardo buen recuerdo suyo como persona. Quizá algún día podamos tomarnos unas cañas y tener un debate historiográfico de verdad. Ojalá.
BIBLIOGRAFÍA
GRANJA, José Luis de la (1992): «El nacionalismo vasco: de la literatura histórica a la historiografía», Historia Contemporánea, nº 7, pp. 209-236.
MOLINA, Fernando (2010): «La eterna “cuestión vasca”. ¡Y vuelta la burra al trigo!», Claves de Razón Práctica, nº 199, pp. 64-71.
MONTERO, Manuel (2011): La forja de una nación. Estudios sobre el nacionalismo y el País Vasco durante la II República, la Transición y la democracia. Granada: Universidad de Granada.
PABLO, Santiago de (2005): «Silencio roto (solo en parte). El franquismo y la transición en la historiografía vasco-navarra», Vasconia, nº 34, pp. 383-406.
RIVERA, Antonio (2004): «Cuando la mala historia es peor que la desmemoria (acerca de los mitos de la Historia contemporánea vasca)», El valor de la palabra, nº 4, pp. 41-72.
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Como José Luis de la Granja (El nacionalismo vasco. Claves de su historia, 2009), cuando comencé a investigar y escribir creía firmemente que «el conocimiento del pasado reciente no soluciona los problemas del presente, pero sí contribuye a su entendimiento, para evitar repetir errores históricos, que es condición necesaria para su resolución en el futuro». Sin embargo, reconozco que a veces son bastante pesimista al respecto. Hay que constatar que estos nobles propósitos chocan demasiado a menudo contra la dura realidad
El historiador guipuzcoano Juan Pablo Fusi («Los vascos y su historia», El Correo, 5-IV-1987) denunciaba en 1987 que la mayoría de la ciudadanía de Euskadi conocía la figura del general carlista Tomás de Zumalacárregui, pero desconocía la de su hermano, Miguel Antonio de Zumalacárregui, político vasco progresista que ocupó los cargos de diputado, ministro y presidente de las Cortes. Era el paradigma de cómo el «País Vasco desconoce su historia más reciente. Está forjándose una conciencia de sí mismo mutilada y deforme: está construyendo su identidad sobre una amputación brutal de la verdad histórica. Tal vez se esté aún a tiempo de rectificar». Fusi todavía tenía confianza en que los historiadores y los medios de comunicación recuperaran para el gran público «la verdadera historia del País Vasco».
Hoy en día Tomás de Zumalacárregui tiene un lugar destacado en los libros escolares e incluso ha dado nombre a calles (incluyendo una enorme avenida en Bilbao, la misma ciudad que ordenó bombardear). Miguel Antonio permanece relegado, aunque, como me corrige amablemente un lector, el museo Zumalacárregui, sito en Guipúzcoa, sí que se ha preocupado en rememorar su figura y la del liberalismo.
El filólogo y ensayista Jon Juaristi se propuso con El linaje de Aitor (1987) «la tarea de sacar a nuestro pueblo de su letal ensimismamiento. Será preciso, para ello, que muera nuestro pasado y, con él, todas las ensoñaciones románticas que han distorsionado trágicamente la imagen del pueblo vasco». Once años después, en la edición de 1998, admitía que, pese a la «edad dorada» de la historiografía vasca, «la recuperación de la historia no se ha traducido en una correlativa erosión de los mitos y falsificaciones» que continuaban imperantes. «El viaje no ha merecido la pena». El mensaje de El linaje de Aitor, al igual que el de otras muchas obras de historia, no había llegado ni al «hombre de la calle» ni a «los mismos universitarios».
Probablemente la dificultad resida, como afirmaba Granja, en que «la historia que divulgan los medios de comunicación de masas no coincide con el nivel de conocimiento alcanzado por la historiografía vasca». Sea por este o por otros motivos (nuestros propios errores, al escribir para otros historiadores, no para el ciudadano medio; el desinterés de los medios de comunicación, comparable con el de muchos historiadores respecto a la divulgación; el desprecio por el conocimiento de nuestra generación; los hábitos de lectura, etc.), lo cierto es que la historia rigurosa no llega a su público potencial. Aunque la historiografía vasca sea pujante, que lo es, la academia funciona como un circuito cerrado: lo que produce se queda allí como material de nueva producción intelectual, que se queda allí. El hueco que deja lo ocupa la literatura histórica sesgada, partidista y combativa. Hay panfletos antinacionalistas y nacionalistas (vascos) radicales, pero en Euskadi tienen más éxito estos últimos, sobre todo porque están impulsados por los engranajes de la maquinaria cultural de la «izquierda abertzale«, que incluye medios de comunicación, editoriales, distribuidora de libros, librerías, etc. Así, por desgracia, los mitos permanecen vivos. Y, con ellos su derivado: el odio, el victimismo, el sentimiento de superioridad, etc.
Es una batalla desigual, por tanto, la que se establece entre la historia profesional y la literatura partidista. Una batalla que la primera lleva años perdiendo. No hay que rendirse, desde luego, pero hay que tenerlo en cuenta. Es necesario salir del gueto académico sea como sea, intentando llegar a la ciudadanía. El historiador no puede ser un erudito que escriba para otros eruditos. Tiene una función social que cumplir. De otro modo, todo su esfuerzo, todo su trabajo, no serviría de nada.
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En el último número de Historia del Presente (nº 20, 2012) aparece una recensión escrita por un servidor sobre el más que interesante y recomendable libro:
-SANTIAGO DE PABLO, JOSÉ LUIS DE LA GRANJA, LUDGER MEES Y JESÚS CASQUETE (Coords.): Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco. Madrid, Tecnos, 2012, 899 pp.
He aquí el texto:
El nacionalismo (sea cual sea la patria en cuestión) apela directamente a las pasiones y los sentimientos del ciudadano: por ejemplo, la propia identidad territorial o, en sus casos extremos, el odio al «otro». Una de las claves de su fuerza radica en que dicha doctrina se basa esencialmente en lo irracional. O incluso en la fe. En otras palabras, más que convencer al individuo, procura conmoverlo. Del amplio catálogo de catalizadores que los movimientos nacionalistas emplean para conseguirlo hay uno que destaca por encima del resto: el símbolo. Se trata de una poderosa herramienta que sirve, entre otras cosas, para condensar ideologías, marcar la identidad del grupo, despertar las emociones del receptor e invitarle a la acción. Por consiguiente, con el fin último de profundizar en el funcionamiento de los patriotismos, parece recomendable que la historia política también se ocupe de estudiar sus iconos y representaciones.
Eso es precisamente lo que se ha pretendido hacer con el Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco, un amplio, riguroso y concienzudo análisis del universo simbólico de dicho movimiento desde sus orígenes hasta la actualidad. En él se disecciona el imaginario que comparte toda la cultura política abertzale (patriota vasca), así como los símbolos privativos de cada facción en que esta se divide (el PNV y el nacionalismo vasco radical), la genealogía de sus más importantes emblemas, sus modificaciones a lo largo del tiempo, la manipulación de la que han sido objeto, su instrumentalización política, etc.
Como se anuncia en el propio texto, nos encontramos ante una obra pionera en su género. Y, como tal, seguramente servirá de modelo para otras por venir centradas en distintos patriotismos. De igual manera, tal y como se reconoce en el estudio introductorio, Jesús Casquete tuvo la idea de desarrollar este monumental trabajo tras conocer otro similar, el Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo (Acantilado, Barcelona, 2003) de Rosa Sala Rose. A partir de entonces, y durante seis años, se puso en marcha un grupo de investigación de la Universidad del País Vasco formado por doce historiadores y científicos sociales coordinados por Santiago de Pablo, todos ellos expertos en la materia: el propio De Pablo, José Luis de la Granja, Ludger Mees, Jesús Casquete, Maitane Ostolaza, Leyre Arrieta, Coro Rubio, José María Tápiz, Virginia López de Maturana, Xosé Manoel Núñez Seixas, Iñaki Iriarte y Álvaro Baraibar.
Se trata, no cabe duda, de una obra coral harto ambiciosa. Por su originalidad y por el nivel de sus aportaciones, no hay duda de que el Diccionario está llamado a ser un libro de obligada referencia para los especialistas en la historia del abertzalismo. Además, no sufre de los defectos de los que habitualmente adolecen este tipo de manuales, ya que los autores han procurado hacer divulgación en el mejor sentido de la palabra. Así, aun con las inevitables diferencias entre unas y otras entradas, el Diccionario está escrito con amenidad, claridad y concisión. Está al alcance de cualquier lector, sin necesidad de que este tenga conocimientos previos sobre la cuestión. Por añadidura, tiene como objeto un tema de perenne actualidad, que sigue despertando el interés de la ciudadanía, ya sea por su eco mediático o porque algunos de los símbolos que aquí se estudian son omnipresentes en Euskadi (este mismo término, la ikurriña [la bandera bicrucífera], etc.), al habérselos transmitidos el PNV a la Comunidad Autónoma del País Vasco durante la Transición. En definitiva, este es un producto de calidad y atractivo. Y así lo ha valorado la editorial Tecnos, que publica el texto en una cuidadísima edición en la que abundan las ilustraciones a color.
En el Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco tienen cabida 53 voces, que se pueden consultar por separado, como capítulos independientes, ya que cada uno de estos textos es autónomo. Al mismo tiempo, todas las entradas remiten a otras, dando pie a un fascinante ejercicio de lectura múltiple. Cada voz tiene sus propias referencias, a las que hay que sumar una extensa bibliografía final que resultará muy útil a cualquier persona interesada en el pasado y el presente del nacionalismo vasco.
En este heterogéneo (pero coherente) conjunto podemos encontrar escudos y banderas (los de Navarra o la ikurriña), lugares de memoria (Guernica, Amaiur, Estella, Iparralde [el País Vasco francés], Sabin-Etxea, etc.), batallas (Arrigorriaga, Munguía o Roncesvalles), iconos (el roble o el arrano beltza [águila negra]), lemas como el aranista Jaun-Goikoa eta Lagi-Zarra (Dios y Ley Vieja o Fueros), fiestas y fechas conmemorativas (el Aberri Eguna [Día de la Patria Vasca], el Alderdi Eguna [Día del Partido], el Gudari Eguna [Día del Soldado Nacionalista Vasco], el 20 de noviembre o el 31 de julio), figuras históricas (el rey Sancho el Mayor de Navarra, San Ignacio de Loyola o el general Tomás de Zumalacárregui), políticos abertzales relevantes (Sabino Arana, Eli Gallastegui, José Antonio Aguirre, Manuel Irujo, Telesforo Monzón, etc.), dirigentes de ETA (Javier Etxebarrieta [Txabi] o José Miguel Beñaran [Argala]), canciones (Agur Jaunak o Eusko Gudariak), acontecimientos como el proceso de Burgos (1970) o incluso la (imaginada) némesis del movimiento nacionalista: España. También se presta atención a las mudanzas en la denominación del territorio vasco y a la pugna entre política y simbólica que todavía persiste entre distintos nombres: Vasconia, Provincias Vascongadas, País Vasco, Euskadi, Euskal Herria, etc.
Como asumen los propios autores, lo más discutible del Diccionario es la selección de las voces. Existe, como se ha dicho, una genérica (y muy sugestiva) entrada sobre España, pero, a mi juicio, y teniendo en cuenta su importancia para el imaginario abertzale, no hubiera estado de más un tratamiento específico sobre quienes han encarnado la crucial figura del enemigo de la causa patriótica. Entre estos contrasímbolos o símbolos negativos, que se han demostrado bastante eficaces para la facción extremista del nacionalismo vasco, podrían citarse a los maketos (inmigrantes), Madrid, las víctimas de ETA, las instituciones democráticas, la Guardia Civil, los partidos no nacionalistas, la lengua castellana, etc. También se echa de menos cierta atención a los políticos (abertzales heterodoxos o exabertzales) que han sido percibidos como traidores, el más destacado de los cuales fue Mario Onaindia. Para terminar, tampoco hubiera estado de más dedicar un mínimo espacio a Eduardo Moreno Bergaretxe (Pertur), figura emblemática de ETA político-militar y Euskadiko Ezkerra hasta 1982.
Ahora bien, estos reproches son tan discutibles como la propia opción que los autores han tomado, la cual sin duda ha sido largamente meditada, discutida y consensuada. De haber tenido que contentar las preferencias de sus más quisquillosos lectores, no estaríamos ante un Diccionario propiamente dicho, sino ante una enciclopedia. Este formato permitiría abarcar un abanico de símbolos más amplio, pero también habría impedido un análisis minucioso de los mismos, por lo que el presente libro habría perdido en profundidad, que es uno de sus puntos fuertes. Convengamos, por tanto, en que aquí se recogen los principales elementos del imaginario abertzale, los imprescindibles para comprender su pasado y su presente. En consecuencia, a partir de ahora resultará difícil escribir la historia de este movimiento sin bucear previamente en las páginas del magnífico Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco.
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Internet puede convertirse en una molesta fuente de distracciones para cualquier investigador. En mi caso, al redactar la tesis doctoral me di cuenta de que, debido a las redes sociales o a las búsquedas de ciertos datos concretos, acababa desconcentrándome y perdiendo un tiempo precioso. Al final, tuve que tomar la decisión de escribir en un ordenador sin conexión de red. Mano de santo, oigan.
Sin embargo, internet tiene mucho y bueno que ofrecer al historiador (y muchos peligros, claro, he ahí la siempre problemática wikipedia, sobre la que han escrito algunos colegas) sobre todo a aquellos que estudiamos las etapas más reciente del pasado. A veces, por puro desconocimiento, no utilizamos estos recursos. Pero deberíamos.
En este post me propongo incluir aquellas webs que he utilizado para realizar mi tesis doctoral, aunque espero ir aumentando la lista con aquellas que encuentre a partir de ahora o que otras personas me sugieran. Así que les doy las gracias de antemano si me dan cualquier idea. No se trata de blogs ni de páginas con actas de congresos o de revistas académicas, aunque muchas de ellas están ya digitalizadas y su consulta online nos puede ahorrar tiempo y esfuerzo (por ejemplo, buceando en Dialnet), sino otro tipo de recursos: hemerotecas y archivos digitales, sobre todo. Aquí van:
RECURSOS GENERALES
–Base histórica de resultados electorales de España (Ministerio del Interior)
–Archivo hemerográfico del Prof. Juan J. Linz (F. Juan March).
–Fundación Transición Española.
–CIS.
–Archivo de la Asociación para la recuperación de la memoria histórica del PTE.
–Biblioteca virtual de prensa histórica (Ministerio de Educación).
–Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.
RECURSOS ESPECÍFICOS SOBRE LA HISTORIA DEL PAÍS VASCO Y NAVARRA
–Archivo de resultados electorales de Euskadi (Gobierno Vasco).
–Elecciones en Navarra (Gobierno Foral de Navarra).
–The Victims of ETA dataset (F. Juan March).
-Centro de Documentación e Investigación (Fundación Fernando Buesa Blanco Fundazioa).
–Fondos documentales de Eusko Ikaskuntza (incluye archivo de Manuel de Irujo).
–Fondos digitales de la Fundación Sancho el Sabio.
–Centro de documentación del Concierto Económico y las Haciendas Forales (UPV-EHU).
Cuando se empieza una tesis doctoral en Historia hasta el más avispado se encuentra, basicamente, perdido. La carrera puede servir para asentar ciertos conocimientos, determinadas habilidades e incluso para conferir las herramientas teóricas necesarias, pero, desde luego, en la facultad al estudiante no se le enseña a investigar. Ni a escribir correctamente, por supuesto. Y, por desgracia, no siempre se habitua a analizar, razonar, argumentar o sinterizar. A veces se limita a memorizar largos textos para luego verterlos en un examen, algo que unicamente sirve para ejercitar la memoria y demostrar la capacidad de rellenar folios a mano con rapidez. Para poco más. En realidad, el oficio del historiador, como otros muchos, se aprende con la práctica. O sea, haciendo. Pero siempre es útil hacerse con una guía que nos ayude a orientarnos y a evitar los típicos errores del doctorando novato. Por ejemplo, es recomendable, aunque no indispensable, consultar el libro ya clásico de Umberto Eco, Cómo se hace un tesis doctoral. Trasteando por internet se pueden encontrar otros sugerentes trabajos sobre esta cuestión, como este de la UNED, este otro de la Universidad de Navarra o incluso este último, de una universidad australiana. En ese sentido, el último número de la revista Rubrica Contemporánea, vol. 1, 2012, contiene un monográfico sobre técnicas y tácticas de escritura historiográfica más que interesante para doctorandos, pero también para cualquier historiador. Merece la pena. Actualización: no se pierdan la entrada sobre este tema en el blog de Laura Novelle ni esta Guía para la elaboración de artículos científicos, tesis, trabajos de investigación, citas bibliográficas y recursos electrónicos
¿Qué se ha escrito sobre la historia del País Vasco fuera de España? Mucho y muy variado, y con muy diferentes calidades y propósitos. Desde obras imprescindibles escritas con rigor hasta pura propaganda, como fue el caso del libro de Mark Kurlansky (La historia vasca del mundo, 2000). Este periodista estadounidense afín al nacionalismo vasco radical fue capaz de combinar una descarada manipulación del pasado (atendiendo a los parámetros de la narrativa del «conflicto» tan cara a la «izquiera abertzale«) con un llamativo éxito editorial solo explicable atendiendo a que lo que escribía estaba bien inventado. Pero no es lo único que se ha escrito sobre Euskadi. Hay mucho más.
Para separar el grano de la paja hace falta cierta orientación. Por suerte, en el año 2011 aparecieron sendos artículos académicos en los que se reflexionaba sobre esta cuestión, haciendo un repaso a la bibliografía existente, aunque más a la universitaria propiamente dicha que a la literatura histórica militante, que creo también merecería un serio estudio crítico. Si les interesa, pueden leerlos aquí:
-MILOSEVICH, Mira (2011): «Los hispanistas y el País Vasco», Cuadernos FAES, pp. 157-171.
Portada de la revista de marzo de 1969 de Ayuda Patriótica Vasca (Argentina), una asociación de apoyo a los presos nacionalistas vascos. Estaba investigando sobre otros temas, pero no he podido evitar quedar fascinado ante el oximorón que conforman la moderna imagen del astronauta y el vetusto mensaje del texto, que bebe directamente del antiespañolismo de Sabino Arana: no era la dictadura franquista la represora, sino el secular enemigo, o sea, España.
Este otro artículo, en la misma revista, pero de abril de 1974, nos ayuda a comprender mejor al sector más intransigente del nacionalismo vasco, su narrativa de un secular conflicto étnico entre Euskadi y España y su insensibilidad hacia las víctimas del terrorismo.
Grupo de Historia Contemporánea en el facebook
Hace más de un año, después de mucho buscar y no encontrar nada parecido, decidí crear en el facebook un rincón para la Historia Contemporánea: un «grupo abierto para cualquiera interesado en la Historia Contemporánea en su más amplio sentido». Poco a poco, el sitio ha cobrado vida propia y ahora cuenta con más de 450 miembros (historiadores, profesores, lectores, etc.), algunos de los cuales son muy activos. Merece la pena visitarlo todos los días, porque siempre hay novedades interesantes.
He aquí el enlace.